El atroz magnicidio de Puntarenas 5: conmoción internacional por el doble crimen de Estado

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  • Quinta de cinco entregas del capítulo 16 del libro El lado oculto del Presidente Mora, del académico y escritor Armando Vargas Araya (Eduvisión, 2010).


XVI

El atroz magnicidio de Puntarenas


La criminal delincuencia del Estado novoerista es el reconocimiento de su rotundo fracaso en la conducción política de la sociedad. La incapacidad policial mete al ejército en funciones de gendarmería y hasta en la cacería de una persona. El régimen intenta justificar el asesinato del Presidente Mora porque lo consideraba “un amago constante contra el orden y tranquilidad de Costa Rica”. Las víctimas mortales de las guerras napoleónicas (1799-1815) se estiman en dos y medio millones de militares y un millón de civiles, pero los británicos no asesinan a Napoleón I vencido sino que lo recluyen de por vida en la isla sudatlántica de Santa Elena. La monstruosidad del magnicidio perpetrado por los de la nueva era no tiene símil en las naciones civilizadas.

Concluida la matanza, el “Ejército libertador” retorna a la capital en un “día de fiestas y regocijos nacionales”. El Presidente de la República aclama a “los vencedores de la Angostura”. Hay banquete en el cuartel Principal y -qué obsceno-, el régimen testifica
motu propio en el Diario de Operaciones de las Fuerzas Armadas: “Los soldados fueron igualmente obsequiados y gratificados; y antes de volver a sus casas, recibieron sus pagas respectivas”. ¡Un prohombre novoerista le dice al cónsul usamericano -horror de horrores- que “le pueden exigir al país dos millones de dólares en concepto de reparaciones” por los sucesos de Puntarenas! ¿Cuántos pesos a los que dan muerte al Presidente Mora? ¿Cuántos pesos a los que matan al general Cañas? ¿Cuántos dólares a los exportadores y comerciantes cuyas operaciones mercantiles resultaron interrumpidas? “Si hay gloria no hay paga, si hay paga no hay gloria”. ¿Qué hay entonces?

La tragedia de Puntarenas conmueve a Costa Rica y a las naciones amigas. Los fusilamientos “han hecho una sensación penosa”, expresa el Gobierno de Guatemala; “rechazado el ataque y obtenido un triunfo tan completo como el que alcanzaron las fuerzas de la Administración, el Gobierno y el país entero habrían ganado en que se usase de alguna lenidad con los vencidos”. En Estados Unidos, “la impresión que estos sucesos han producido es desfavorable”, reporta el embajador en Washington luego de conversar con sus colegas diplomáticos; la severidad del reproche al régimen “podría tal vez modificarse […] si se refutan los cargos sin pasión y con la mayor moderación posible”.

La noticia de las atrocidades estremece a la opinión pública en el Reino Unido, España, Francia, Estados Unidos, Panamá y El Salvador. El
Times (Londres), el New York Times, el Español de Ambos Mundos (Madrid) y el Panama Star & Herald documentan en destacados reportajes los asesinatos a sangre fría, la violencia contra personas indefensas, los saqueos de almacenes y los ultrajes a banderas extranjeras durante el weekend de terror protagonizado por militares del régimen. La Gaceta de El Salvador critica la sinrazón de “un simple consejo de guerra para juzgar a un Capitán General”.

El New York Times dedica a Costa Rica un extenso comentario editorial -“La última tragedia hispanoamericana: muerte del Presidente Mora”-, que arponea a los cabecillas novoeristas. El Presidente Mora, dice el prestigioso periódico, “emprendedor, inteligente, liberal, dio nuevos impulsos a la industria y una nueva dirección a los capitales nacionales, alentó la agricultura y otros medios pacíficos de adquirir riqueza, y salió a la defensa contra las amenazas de William Walker. Con esos y otros rasgos semejantes de política, raras veces vistos en países hispanoamericanos, colocó a Costa Rica al frente de todos ellos por la prosperidad y los resultados sociales de la riqueza nacional”. Con base en despachos de los corresponsales, juzga que los desastres de Puntarenas representan “una regresión sangrienta del progreso a la reacción, del pensamiento libre a la superstición, [y] el espectáculo extraordinario de un pueblo en el alba radiante de la civilización que retroceda a las tinieblas”.

El régimen la emprende contra “los filántropos periodistas de allende, […] ciertos escribas y fariseos, […] los falsos informes y calumniosos escritos de algunos impostores”. Intenta explicarse y justificarse en las 100 páginas del libro de autoría colectiva,
Exposición histórica de la revolución del 15 de setiembre de 1860, acompañada de algunas reflecciones sobre la situación del país, antes y después del 14 de agosto de 1859. Aunque finja pena por “remover las cenizas de aquellos que apenas ha cuarenta días bajaron al sepulcro”, carga de dicterios al Presidente Mora a quien califica, entre abundantes invectivas, como “estadista de aldea”, “filibustero de la peor ley”, “Su Insolencia” y “pauvre diable”; llena de epítetos a los insurrectos de Puntarenas como “pandilla de especuladores”, “comerciantes quebrados”, “renegados de la patria” o “viles discípulos de Caín, de Nerón y de Calígula”. Arguye que el ex gobernante “estaba muerto civilmente” y la corte marcial “no solo era innecesaria […] sino que la sentencia estaba ya pronunciada y lo que restaba era probar la identidad de los criminales. […] Hubiera sido un contrasentido, una demencia, un imposible el pretender salvarlo”. Con tan vil catálogo de estulticias cobra su más amplio significado tropical la expresión francesa qui s’excuse, s’accuse, o quien se excusa, se acusa.

Los asesinatos de los héroes Mora y Cañas son acciones contrarias al ser de la nacionalidad costarricense; violan los principios, los valores y los ideales de la costarriqueñidad. Los homicidios intencionales de Mora y de Cañas de ninguna manera se pueden justificar nunca, constituyen crímenes de lesa patria, configuran crímenes de guerra, son delitos de lesa humanidad. Peor que un crimen, lo de Puntarenas es un colosal error político, histórico, humano.

El historiador nicaragüense José Dolores Gámez dice que “se asesina a [dos] virtuosos patriotas, a quienes se debe en primer término la expulsión de Walker de Nicaragua. […] No hubo para Mora y Cañas ni un pobre ataúd. […] Y lo que es más increíble todavía: esos hombres fusilados sin conmiseración alguna […] fueron ejecutados de orden de un miembro de su misma familia, hermano político de ambos y entonces Presidente de Costa Rica”. Ruega el memorialista nicaragüense Jerónimo Pérez: “Los centroamericanos que pasen por allí, visiten esas tumbas veneradas… En ellas descansan dos héroes, a quienes Centro América debe su salvación del filibusterismo”.

El homicidio político del Presidente Mora lo entroniza en el corazón del pueblo y lo consagra en el empíreo de Costa Rica y de las naciones que pelean por su libertad, su independencia y su soberanía. Al inmolarlo, lo eternizan. Su perdón a quienes lo cazan, lo condenan y lo matan es una imperecedera lección de nobleza y un llamado permanente a la conciliación.


© Armando Vargas Araya, 2010.


Fuente: Tribuna Democrática



Más:

El atroz magnicidio de Puntarenas 1: el régimen decide quitar la vida a don Juan Rafael Mora Porras, Armando Vargas Araya.

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