¿Diálogo?

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Por Luis Paulino Vargas Solís


Pasado el referendo sobre el TLC, y en vista de las condiciones bajo las cuales tuvo lugar, ¿existen posibilidades realistas sobre cuya base reconstruir espacios mínimos de diálogo? Conviene recordar que el diálogo no es un objetivo que se justifique por sí mismo. No posee un valor intrínseco que lo convierta en regla de acatamiento obligatorio.

Lo cierto es que, en general, dos personas no dialogan si de por medio no hay una mínima relación de respeto. Y, por lo general, dialogar conlleva negociar, cosa que, a su vez, comporta ceder algo a fin de obtener algo. Es decir, el diálogo tiene sentido si razonablemente ofrece la opción de satisfacer algunos objetivos mínimos aceptables. En la Costa Rica posreferendo ¿Existen esas elementales condiciones de respeto y esos espacios mínimos para la negociación? Claramente no.


El TLC: intrínsecamente polarizante

El TLC constituye un paquete extensivo de políticas públicas o, si lo usted lo prefiere, es una súper política pública. Responde a una ideología claramente reconocible y desatada un amplio conjunto de cambios económicos y sociales. Fue diseñado, además, como un mecanismo blindado: no se puede modificar absolutamente ninguno de sus contenidos. O sea, el TLC es la fórmula perfecta para anular toda opción de diálogo.

Por ello, y previo a su aprobación, la posibilidad de recomponer posibilidades de diálogo era algo que tenía sentido solamente al margen del TLC. Dentro de éste, y en relación con éste, ello simplemente era imposible. Usted lo tomaba o lo dejaba. Punto. Nada, absolutamente nada, estaba abierto al debate o la modificación. ¿De qué diálogo podría hablarse entonces si entre manos teníamos un inmensa artillería de políticas neoliberales, ninguna de las cuales admitía que se le modificara ni una coma?


La campaña del sí: irrespeto y agresión a escala macrosocial

La campaña del sí, previa al referendo del 7 de octubre, fue una inmensa operación de manipulación y engaño, diseñada según los criterios típicos de la dictadura neoliberal que viene rigiendo al país, pero de forma tal que se exacerbaron sus peores características. Éste es un régimen de subyugación del pueblo, el cual, hábil y engañosamente, viste trajes de democracia.

Su poder se ejerce por diversas vías, relativamente suaves: la toma y subordinación de los mecanismos institucionales del Estado (desde la Sala IV hasta el Tribunal de Elecciones); la estrecha coalición de los poderes locales -económicos, políticos y mediáticos- y su alianza subordinada con el gobierno de Estados Unidos y las corporaciones transnacionales; el férreo control de la información y su manipulación inescrupulosa; la corrupción y compra de conciencias y, en general, la estrategia de estupidización colectiva, como mecanismo de adormecimiento de la conciencia popular.

Todas estas armas fueron exprimidas al límite de sus posibilidades con motivo del referendo. De hecho, la gigantesca operación de terror y chantaje a que se recurrió, trasgredió todos los límites conocidos. Pero su éxito, a fin de cuentas, resulta harto discutible. Está claro que una proporción sustancial de la población electora –un 70%- o se manifestó abiertamente por el No, o dudó lo suficiente como para preferir no votar. Y, en verdad, no votar, después de tan colosal campaña de intimidación, resultaba, en muchos casos, un acto de emancipación. O sea, la dictadura neoliberal tiene pies de barro, cosa que conlleva el riesgo de que se quiera recurrir a mecanismos duros que subsanen las insuficiencias de estos mecanismos suaves.

¿Qué implica todo esto respecto de la posibilidad de un diálogo nacional? Sin duda, una parte muy grande de la población costarricense, seguramente una amplia mayoría, se siente abiertamente irrespetada. Y, por cierto, ¿quién querría sentarse a conversar con un sujeto que de previo nos ha agredido con violencia y alevosía? Nadie, con un mínimo de salud mental, lo haría. Exactamente eso acontece en la Costa Rica actual.


Y de nuevo, ¿dialogar alrededor de un paquete blindado de políticas?

Impuesto el TLC de forma totalmente irregular, sus promotores repentinamente recuperan la memoria y recuerdan que aquí todo mundo es “hermanitico”. Que de haberlo recordado semanas atrás, habrían procurado ahorrarse tal cúmulo de patanerías y atropellos. Muy convenientes recuperar la memoria a fin de convocar a la aprobación urgente de las leyes de la llamada “agenda de implementación”.

Se entiende la prisa. Tiene que ver con el “proceso de certificación” que el gobierno de Estados Unidos impone, y mediante el cual éste se concede el privilegio de dictaminar si Costa Rica ha aprobado todas las leyes que “debía” y si, además, tales leyes satisfacen los requisitos que ellos exigen. Sabemos que el plazo expira en marzo, cosa que, sin duda, anticipa nuevas operaciones de terrorismo político y mediático.

En todo caso, los “hermaniticos” del sí deberían releer el artículo 22.5 del TLC, acerca de la entrada en vigor de éste. Por ningún lado menciona procesos de certificación a cargo del gobierno estadounidense. De forma que ésta es una obligación externa al tratado, impuesta imperialmente por los gringuitos. Y si la cosa entonces les genera estrés, mal de estómago y salpullido, mejor que se lo reclamen a Bush, en vez de achacárselo a sus “hermaniticos” del No. No es nuestra culpa que, no obstante haber sido aprobado en referendo, en todo caso el TLC siga sin tener vigencia.

Pero es del caso que, de nuevo, nos invitan a “dialogar” en relación con leyes que, en la mayoría de los casos, comparten una de las características típicas del TLC: están blindadas. No se invita a negociar acerca del contenido de estas leyes. Se invita a aprobarlas o, como mínimo, a permitir que sean aprobadas por la vergonzosa coalición de los 38. Esto es reincidir en lo que ya sabemos: el irrespeto.


¿Aún podría haber diálogo?

Uno quiere que lo haya. La paz social de Costa Rica pende de ello. Y clarísimo que el TLC no merece una sola gota de sangre costarricense. Pero, en fin, ¿hay alguna posibilidad realista de que ese diálogo tenga lugar? Yo tan solo veo una coalición de poderes económicos, políticos y mediáticos, coaligados alrededor del TLC y sus leyes, y absolutamente inflexible respecto de cualquier opción que, ni siquiera marginalmente, matice los alcances devastadores de esa legislación. No parece que ninguna gota de sangre de nuestra gente pueda hacerlos vacilar en su dogmática telecista.

Si ya el irrespeto y la agresión de que hemos sido víctimas reducen gravemente cualquier disposición de diálogo, la arrogancia de llamarnos a un diálogo consistente en refrendar lo que ellos dicen que debe hacerse, simplemente podría ser la gota que derrame el vaso.

Cuando se empezó la negociación del TLC, quienes la promovieron y tuvieron a cargo tenían muy claro su objetivo: empujarnos a lo más profundo del barranco del neoliberalismo. Pero, por encima de todo, el TLC nos ha lanzado a un extremo de polarización como seguramente no vivíamos en muchos, muchísimos años. Y esto es, exclusivamente, responsabilidad de las oligarquías telecistas.


Fuente Tribuna Democrática

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