- Primera de cinco entregas del capítulo 16 del libro El lado oculto del Presidente Mora, del académico y escritor Armando Vargas Araya (Eduvisión, 2010).
XVI
El atroz magnicidio de Puntarenas
El morismo es una corriente humana innegable pero descoyuntada, carente de líderes duchos, partido político y organizaciones cívicas. Tras el rompimiento del orden constitucional se registra una creciente ola de descontento. Factores castrenses sostienen al régimen, encabezado por José María Montealegre, en un clima de constante nerviosismo político. El derrocamiento de Juan Rafael Mora obedece a los intereses de un puñado de personas acaudaladas, no a un sentimiento generalizado. El historiógrafo Carlos Meléndez señala que “no ha existido en Costa Rica un régimen que tuviera que luchar tanto por su estabilidad” como el de la nueva era (así se autodenominan los de la cuartelada).
El mismo 14 de agosto de 1859 se reúnen en San Rafael de Ojo de Agua de 300 a 400 hombres para marchar sobre San José y restituir el mando al ex Presidente Mora, pero el destituido gobernante pide por escrito deponer las armas para evitar la efusión de sangre. Justo al mes del golpe de Estado, los tribunales condenan a un año de prisión a dos ciudadanos inculpados de sedición. Se instruye un caso por presuntos actos subversivos. Se requisan hojas sueltas contra la administración de facto. Se reprime un intento de alzamiento militar en Guanacaste. En el occidente de Alajuela, cunde el espíritu de rebeldía. Durante octubre y noviembre llueven rumores sobre inminentes acciones de armas. El desasosiego es ostensible.
A su retorno de Estados Unidos, donde ha permanecido un par de meses, y rumbo a El Salvador, el ex Presidente Mora hace escala en Puntarenas el 21 de diciembre. Sería la primera vez que pise suelo patrio desde su remoción. Muchos de sus seguidores se trasladan al puerto para saludarlo. Su señora esposa doña Inés Aguilar de Mora, con 29 años de edad y cinco hijos, gestiona negocios familiares de exportación e importación para lo cual alquila una bodega donde se juntan a conversar los moristas. El régimen advierte que se aprestan asonadas en Atenas, Esparza, Grecia, San Ramón y otras comunidades. El gobernador militar prohíbe que el expatriado toque tierra, clausura la bodega y da tres horas a doña Inés para abandonar la localidad, apresa muchos fuereños y emplaza cuatro cañones al lado de una zanja que hace cavar a la entrada de la ciudad, en la Angostura.
Es probable que el impedimento del régimen a que el ex Presidente Mora comparta unas pocas horas con su señora esposa y con sus chiquitos -a quienes no ve desde hace cuatro meses-, le active la resolución del desquite. De Nueva York sale solo, pues su sobrino Manuel Argüello viaja a Irlanda; allá lo llamará para que regrese y lo auxilie en una comisión clandestina. Aunque su voluntad declarada sea retirarse de la política, dedicarse a los negocios, establecerse con la familia en otro país y visitar Europa, las atrevidas y numerosas acciones del morismo insurrecto lo jalan en sentido contrario. “Cede al fin a las repetidas instancias de sus numerosos amigos que le llaman por todos los correos”, dice el historiador Ricardo Fernández Guardia, quien anota que “en política los amigos suelen ser más peligrosos que los enemigos”. Es un grave yerro, de costo imponderable porque hay más irreflexivos rebeldes que razones y regimientos. Todo jefe derrocado fantasea con una insurgencia que lo devuelva al mando.
En la Nochebuena, el comandante militar de San Ramón arresta a un número de comerciantes e irrumpe en la casa cural adonde apresa a familiares del párroco, implicados en una revuelta. “Algunos sacerdotes, olvidándose de su misión de paz”, sostiene el régimen, “se convierten en ministros de sedición y de anarquía”. La alarma se extiende por los 32 rumbos de la rosa de los vientos. Para sofocar el movimiento, es enviado un general con numerosa tropa: las armas que ayer vencieron al filibusterismo son hoy el contrafuerte del régimen.
El cuartel de Liberia y la jefatura política de Bagaces son ocupados a mediados de enero por conspiradores moristas. Los insurrectos encalabozan a varios novoeristas. En Nicoya y Santa Cruz se producen movimientos de apoyo a la resistencia. El régimen despacha al mismo general “multiusos” al frente de unidades de soldados y pelotones de reclutas. Los amotinados escapan y se internan en Nicaragua. Hay detenciones a diestra y siniestra, incluida la del capellán militar en la Guerra Patria, Pbro. Francisco Calvo. La tropa vuelve y es recibida en la capital con arcos de triunfo.
El clima insurreccional “va acumulando en la mente de los que gobiernan el país, una serie de ideas -maquiavélicas quizá-, que vendrían a ser la única solución posible para acabar con tantas y tan continuas dificultades”. El régimen recurre a soplones, sobornos y otras marrullerías de disimulo y doblez. El historiógrafo Meléndez dice que “la idea de hacer desaparecer para siempre al hombre que tanta intranquilidad les ocasiona, va tomando cada vez más fuerza”.
A la semana de los trastornos en Moracia (hoy, Guanacaste), se presenta en Puntarenas, sin bajar del barco, el ex Presidente Mora. Es la segunda vez que el temible expatriado se acerca al puerto. La noticia corre de boca en oído y de oído en boca. El régimen entra en pánico, sin razón. El motivo del viaje es recoger a su señora esposa y a sus hijos para trasladarlos a El Salvador. En Santa Tecla ha iniciado un almácigo de café en gran escala.
El sobrino recién llegado de Europa va a Nicaragua y obtiene compromiso firme de auxilios del general Tomás Martínez: mil rifles y municiones, enganche de voluntarios en Granada y Rivas, un jefe de frontera que colabore con una insurrección en Moracia, reconocimiento de un gobierno provisional en Liberia, envío de tropas nicaragüenses, garantía de un préstamo por 14 000 pesos. Sin embargo, al ex mandatario le repugna imaginar siquiera el ingreso de soldados extranjeros al territorio patrio.
En Guatemala es recibido con honores de Jefe de Estado. El periódico gubernamental informa: “El Sr. Gral. D. Juan Rafael Mora, Presidente de la República de Costa Rica, que se halla separado del Gobierno de aquel país, a consecuencia de sucesos que son bien conocidos de nuestros lectores, llegó a esta capital. El Sr. General Mora visitó inmediatamente al Excelentísimo Sr. Presidente [Rafael Carrera] y ha sido recibido por S. E. con toda la atención y cortesía que corresponde a su carácter público y cualidades personales”. Los novoeristas leen y el régimen se sobrecoge.
Relata al presidente Carrera que su idea había sido buscar un sitio fuera de Costa Rica “donde vivir con mi familia y no influir en manera alguna en los destinos de mi patria”. Pero el llamado insistente de “personas notables”, el clima insurreccional, los encarcelamientos y confinamientos de sus amigos, le hacen cambiar de opinión al punto de, “si es preciso, dar la vida por salvar a mi patria”. Le comunica que el Gobierno de El Salvador ha decidido contribuir “al restablecimiento del orden y de la legitimidad en Costa Rica”. Le solicita ejercer “sus oficios protectores y saludables” a favor de todo Centroamérica.
© Armando Vargas Araya, 2010.
Fuente: Tribuna Democrática
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