El atroz magnicidio de Puntarenas 2: un judas capitalino "vende" a los moristas insurrectos

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  • Segunda de cinco entregas del capítulo 16 del libro El lado oculto del Presidente Mora, del académico y escritor Armando Vargas Araya (Eduvisión, 2010).


XVI


El atroz magnicidio de Puntarenas


El ex Presidente Mora
dispone anunciar que “se aproxima el momento de aliviar las penas de los que gimen separados del hogar, de la familia”. Dirige un manifiesto al morismo malcontento. Es el cruce del Rubicón.

“He escuchado vuestros votos por el restablecimiento de la legitimidad y no he debido ser indiferente a ellos. […] Vuestra noble abnegación, vuestro patriotismo, vuestra lealtad y vuestro sufrimiento han sido la palanca que levantó mi espíritu. […] Ha llegado el día de la expiación para los malvados que se sublevaron el 14 de agosto. […] Se hallan a mi lado el vicepresidente de la República [Escalante] y los generales Mora y Cañas: tengo las simpatías y la eficaz cooperación de los gobiernos de la América Central, que nos ayudan. […]

“Nada debéis de esperar de esos hombres que para llegar al poder principiaron por cometer un crimen. Al apropiarse del mando no han tenido por objeto realizar una noble idea; movióles la codicia, la venganza y ese deseo inmoral de especular con las calamidades públicas, como hicieron en medio de aquellos grandes conflictos de la patria [1856-1857], cuando vosotros dabais al mundo una prueba de vuestro valor y patriotismo; […] lo hicieron por especular con la hacienda pública y engrosar su fortuna particular. […]

“A la voluntad de la nación, no hay tiranía que no ceda”.

Si los tres meses en la Unión Americana aquietan su espíritu, la vuelta a Centroamérica lo enciende. Acciones insumisas, hojas impresas, cartas confidenciales y mensajes clandestinos del morismo revoltoso lo sobreexcitan. Se niega a aceptar que el régimen se consolida con una Asamblea Constituyente y una elección presidencial. Pasado y presente bullen en su mente apasionada. Los anunciados apoyos de Guatemala, Nicaragua y El Salvador lo empujan en dirección equivocada. Ya no piensa claro, lo obnubila una obsesión.

El régimen se anticipa y desbarata una conspiración para tomar los dos cuarteles de la capital, con gente llegada de las provincias centrales y jefes de San José. Se incautan armas y pertrechos en La Soledad y en Mata Redonda. Varios detenidos son sometidos a juicio. En el morismo soliviantado abunda el voluntarismo pero escasean disciplina, planificación y organización.

Una calma chicha marca los cuatro meses previos al desenlace del cruento drama. Se integra un Comité Central Morista, rápidamente penetrado por el oro del régimen que todo lo espía, todo lo ve y todo lo oye. El comité confía el mando rebelde a un aventurero sudamericano, Ignacio Arancibia, antiguo matarife y osado contrabandista, cuyo carácter se rebelará débil a la postre. Planean la toma de Esparza y de Puntarenas, el desembarco del ex Presidente Mora y del general José María Cañas, depositan sus esperanzas en… el espontáneo levantamiento en masa de Alajuela, San José y otras poblaciones al centro del país. Ilusos irresponsables los comitecos, engañado y alucinado el caudillo, “debiendo suponer”, dice el historiador y estadista Cleto González Víquez, “que el movimiento se resolvería, no en los arenales del Pacífico sino en los valles de la Meseta Central”.

“Si don Juan Rafael Mora y el General Cañas no llegan a Puntarenas en el vapor que lleva esta comunicación, a su vuelta, no por esto se suspenderá la toma de cuarteles de Esparza y el Puerto, y entonces, fracasará probablemente la revolución, y nosotros, sus amigos y partidarios, seremos sacrificados”, le escriben una sesentena de gentes “de posición”, alajuelenses en su mayoría. “No esperamos que se nieguen a ayudarnos con sus personas; pero si así fuere, les quedará a Mora y Cañas el remordimiento de habernos abandonado”. No hay una estrategia insurreccional sino presión política, tan bienintencionada cuanto disparatada. Es la negación del abecé de cualquier plan revolucionario.

En El Salvador se analizan las alternativas: invasión a Moracia con retirada franca por Nicaragua, o desembarco en Puntarenas con “jugada completa, vencer o morir”. El general José María Cañas y el sobrino Manuel Argüello prefieren la primera posibilidad, el ex mandatario escoge la segunda “empujado por las circunstancias”. El general Cañas comprende que van a un desastre, pero decide acompañarlo por afecto y lealtad. Nadie, nunca, comenzaría una acción armada en un solo punto tan vulnerable, sin opciones de salida ante un eventual revés. Es un paso mortal: del error al horror.

La antenoche del viaje sin retorno, el ex Presidente Mora cavila y consigna en un cuadernillo de apuntes privados:

“Diez de setiembre a las once de la noche.―Por fin partiremos mañana. Que Dios guíe mis pasos. Él, que conoce mis intenciones, que favorezca mi buena fe. Me aseguran que no se derramará una gota de sangre. Cañas duerme tranquilo en el cuarto siguiente. ¡Pobre Cañas, uno de sus niños queda enfermo y por más esfuerzos que hace se le conoce la tristeza con que lo deja! Casi deseo que el Puerto no haya sido tomado, que Arancibia se haya arrepentido; entonces seguiríamos a Panamá y después viviríamos tranquilos en este destierro por más puyas y empeños que vengan de Costa Rica… Son las doce… ¿Por qué estoy triste? No lo sé. He visto a mis hijitos dormidos y me destroza el corazón la idea de que quedaran desamparados. ¿Qué sería de Inesita si una desgracia me condujera al sepulcro? Esto no es probable, a menos que la traición… si tal sucede… si fuere sacrificado… Hijos míos, no procuréis vengar mi muerte, porque la venganza desasosiega antes y desespera después de hecha”.

Lleva la batalla perdida en el fondo de su corazón. Intuye que su hora está próxima. La suerte está echada, la odisea comienza.

Días antes del inicio de las acciones, “un Judas, y no un Iscariote cualquiera sino un conspicuo y titulado Judas Capitalino, en quien los moristas habían depositado su confianza, […] revela el proyecto de revolución con todos sus detalles al ministro omnipotente” de la Guerra, Vicente Aguilar, acérrimo adversario del ex Presidente Mora. Rápidamente, cientos de conocidos moristas son detenidos en Alajuela, San José y otras localidades del interior; se descabezan así los esperados alzamientos. El régimen prepara una expedición de caza mayor en la ratonera que será la lengüeta arenosa en la embocadura del golfo de Nicoya. Un coronel comanda la avanzada del ejército que corta la carretera nacional Cartago-Puntarenas e impide el paso de voluntarios armados. Más de un millar de oficiales y soldados bien equipados y mejor entrenados, son lanzados sobre 130 improvisados insurrectos -en Rivas fueron 1500 combatientes los que se enfrentaron a la falange filibustera de 750 guerreros-. Un general y dos comisarios civiles -vicepresidente uno, futuro canciller el otro- forman el triunvirato que decidirá las cosas sobre el terreno. En los 17 días que separan el viernes 14 del domingo 30 de setiembre de 1860, se escribirá la página más execrable en la historia de Costa Rica.


© Armando Vargas Araya, 2010.


Fuente: Tribuna Democrática



Más: El atroz magnicidio de Puntarenas 1: el régimen decide quitar la vida a don Juan Rafael Mora Porras, Armando Vargas Araya.


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