Son las seis de la tarde. Carlos Salazar, gran periodista y buen amigo, me hace llegar un mensaje electrónico con un comunicado de prensa: “Sala Constitucional dice no a referéndum sobre el proyecto de ley de uniones entre personas del mismo sexo”. Salto de alegría; solo en mi oficina grito hurras jubilosas y, enseguida, tomo el teléfono: primero llamo a mi pareja; en seguida a varios amigos. Y reenvío el mensaje recibido a amigas y amigos –en su mayoría heterosexuales- que me han acompañado solidariamente en esta lucha.
¡Derrotado el referendo del odio!
Por esta vez la Sala Cuarta se puso una flor en el ojal. Ganó la justicia y la dignidad aún a costa de los tremendos poderes del oscurantismo y la intolerancia.
Por primera vez en la historia –primicia de primicias- el sistema jurídico, político e institucional de Costa Rica tiene un gesto de respeto hacia las personas que somos sexualmente diversas. Por primera vez se reconoce que también somos seres humanos cuya dignidad merece ser tenida en cuenta.
Llegué a casa pasada las ocho. “Hoy es ocasión para celebrar con un buen vino”, le digo a mi compañero. Y tomamos y comimos; y nos felicitamos y nos abrazamos y bailamos. Y el remolino de los cuatro perritos que hemos rescatado de la calle y que tantas sonrisas y tan cálida compañía nos dan, revoloteó a nuestro alrededor como si comprendiesen que sus amos hoy tenían una razón especial para sentirse alegres y agradecidos.
Han sido meses en que hemos debido sobrellevar el odio más recalcitrante. Odio feroz, amargo, pertinaz, fiero, insidioso ¿Qué no se nos ha dicho?
Que destruimos la familia y corrompemos la infancia.
Que somos seres antinaturales, engendros demoníacos, seres patológicos y repulsivos.
Que desordenamos y ensuciamos el mundo a nuestro alrededor.
Que, infértiles e improductivos, nuestro amor es un amor enfermo de muerte.
Que, siendo de tal modo monstruos inmundos, no tenemos derecho a formar familia, cuando, y a lo sumo, tan solo engendramos relaciones patológicas y retorcidas.
Y una y otra vez se nos grita que Dios nos condena y nos maldice.
Han sido meses de escarnio, de injuria y de infamia.
A no mucha gente le ha importado. La solidaridad de los más solidarios no llega a tanto como para malbaratarla así.
Pero siendo poca la gente que sí ha sido solidaria, en cambio lo han sido de cuerpo entero y con la plenitud del corazón y la inteligencia. A ellos y ellas: ¡muchas gracias!
El caso, sin embargo, es que esta virulenta ofensiva no nos ha amilanado. Antes bien, nos ha fortalecido. Y, como nunca antes, hemos dado la cara y hemos levantado la voz. De seguro les ha sorprendido. De seguro imaginaron que, como siempre, tal cual ha sido la historia de siglos, permaneceríamos en silencio y, aterrorizados, nos esconderíamos en lo más profundo del clóset, con la ilusa esperanza de que nuestra invisibilidad nos protegería de la agresión y la violencia.
Y más allá de la sorpresa los atacó la ira. Y, entonces, muchas veces nos gritaron:“¿y cómo se atreve esta raza maldita a levantar su voz y defender su abominación?”.
Pues aquí estamos y tan solo les decimos: "los monstruos que vosotros construís somos, sin embargo, y nada más que eso, seres humanos de carne y hueso, como cualquier otra persona: no más, pero tampoco menos. Y ese menos es justo el que ya no vamos a aceptar nunca más".
Pedimos un lugar en el mundo, al lado de las demás personas. Y el derecho a amar, a hacer familia, a construir una vida, a ser diferentes. Y a convivir con respeto.
Es muy poco y, sin embargo, es revolucionario, justo porque implica sanar las heridas abiertas por el odio y refundar la sociedad sobre bases de auténtico respeto y solidaridad.
Ayer fue una noche para celebrar. Hoy aún persiste el sentimiento de júbilo, ese como hálito de libertad que el fallo de la Sala ha infundido en nuestro espíritu.
Pero la lucha continúa y todavía será muy, pero muy ardua. La dará esta minoría nuestra con algunas pocas solidaridades, que, siendo pocas, son sin embargo ubérrimas en la generosidad de su entrega.
Nos seguirán vilipendiando y, sin la menor duda, todavía lloverán sobre nuestra cabeza toneladas de odio vomitadas en nombre de Dios.
Pero al final, tarde o temprano, ganaremos esta lucha.
Fuente: Diario Digital El País
El énfasis es nuestro
0 comentarios:
Publicar un comentario