Una democracia decapitada

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Por Walter Antillón*


Hagamos un ejercicio de memoria en esta coyuntura angustiosa: bien se dice que ignorar el pasado es condenarse a repetir sus errores.

Jacobo Arbenz fue un militar de carrera con una brillante hoja de servicios:
a la edad de treinta años presidió la Junta Militar que en 1944, tras la caída del dictador Jorge Ubico; hizo aprobar la nueva Constitución de Guatemala; celebró elecciones libres y democráticas y entregó el poder al Presidente escogido por el pueblo, doctor Juan José Arévalo.

Seis años más tarde (1951) el coronel Arbenz era elegido Presidente de la República, con el 62% de los votos del pueblo guatemalteco.

Entre las de América Central, la población de Guatemala es la que ha mantenido, y ostenta aún, las más acentuadas diferencias de clase y la mayor brecha económica:
plausibles razones para explicarnos por qué, de un período de noventa y tres años de la historia de dicho País (de 1851 a 1944), sesenta corresponden a las cuatro dictaduras de Rafael Carrera, Justo Rufino Barrios, Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico; por qué en los treinta y tres años restantes de dicho período, unos pocos presidentes legalmente elegidos aparecen entreverados con abundantes golpes, pronunciamientos e intervenciones militares. Y también explica por qué entre 1944 y 1982 el poder político rebotó una y otra vez en las manos de siete juntas militares.

¡Dios los cría y el diablo los junta! En 1901, bajo los auspicios de la Embajada de los Estados Unidos y del tirano Estrada Cabrera, se establece en Guatemala la United Fruit Company. Empresa que en las décadas siguientes estaría llamada a ejercer una influencia agobiadora en varios países centro y sudamericanos y del Caribe; y que en el caso de Guatemala, se va acentuando a medida que transcurren las primeras cuatro décadas del Siglo XX, al punto de que al terminarse la 'Era de Ubico' (1931-44) la United Fruit había logrado acaparar el 42% de la tierra cultivable.

En medio de esa rutina de brutalidad, degradación y corrupción que amaga la historia de Guatemala, la presencia de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz en el gobierno, abre un paréntesis luminoso que dura menos de diez años, pero está lleno de enseñanzas:

1) En los seis de su gobierno (1945-51) y al abrigo de aquella pausa que precedió a la Guerra Fría, Arévalo promulgó el Código de Trabajo, fundó la Seguridad Social, introdujo la educación al campo mediante una vigorosa campaña de alfabetización, proclamó la autonomía universitaria, implantó el voto femenino; y 2) Esa obra alfabetizadora, civilizadora y dignificadora fue continuada y profundizada por Arbenz, ya en plena Guerra Fría y en lo más crudo de la cruzada 'maccartista', (entre 1951 y 1954). Arbenz construyó además la central eléctrica de Escuintla, la autovía al Atlántico (para comunicar ambas costas con carreteras nacionales) y el puerto de Matías de Gálvez, en Izabal. Pero la obra principal del gobierno de Arbenz, la base principal de su proyecto revolucionario fue su reforma agraria, dirigida a expropiar los latifundios para abrir oportunidades al campesinado pobre.

Ahora bien, resulta que la nueva carretera perjudicaba al ferrocarril propiedad de la United Frut; el nuevo puerto perjudicaba el monopolio portuario de la United Fruit en el Atlántico; y la reforma agraria afectaba 600 kilómetros cuadrados de latifundios de la United Fruit, que serían entregados a miles de campesinos.

Ergo: Arbenz era comunista.

En pleno reinado del 'maccartismo', el Departamento de Estado y la CIA iniciaron una poderosa ofensiva militar y diplomática dirigida a aislar, desprestigiar y aplastar al gobierno de Arbenz; e implantar otro que respondiera a los ideales de entreguismo, venalidad y sometimiento propios de las naciones soberanas y democráticas de América Latina. Para ello contaron con la ayuda de los héroes y próceres de la Región: Anastasio Somoza de Nicaragua, Rafael Leonidas Trujillo de República Dominicana, Marcos Pérez Jiménez de Venezuela; y reclutaron como jefe del complot al oscuro ex-militar guatemalteco Carlos Castillo Armas, autor de un golpe fallido contra el gobierno de Arévalo y con vínculos en el ejército usano, quien a la sazón vivía olvidado en Tegucigalpa.

El ataque al gobierno legítimo de Guatemala, que el presidente Eisenhower y su vicepresidente Nixon no se molestaban en ocultar, fue preparado cuidadosamente con dos años de antelación, y en él participaron los mejores expertos en organización y tácticas militares, espionaje, desestabilización y sedición de la CIA y el Ejército de los Estados Unidos.

Los bellacos John Foster Dulles (Secretario de Estado), Allan Dulles (Director de la CIA) y Henry Cabot Lodge (Embajador ante la ONU), -accionistas, los tres, de la United Fruit Company- flanqueados por un grupo de congresistas, senadores y funcionarios; y con el apoyo de la gran prensa norteamericana, desataron una prolongada y furibunda campaña para convencer al mundo entero de que el gobierno de Arbenz se había entregado a la Unión Soviética; que estaba en marcha un plan para la toma de América Latina por el comunismo; y que en los puertos de Guatemala se preparaban los submarinos soviéticos que tomarían el Canal de Panamá.

La United Fruit Company y muchos latifundistas y empresarios guatemaltecos juntaron una ingente millonada de dólares para financiar la operación. El embajador norteamericano John Peurifoy coordinó la operación 'in situ', viajando constantemente de Guatemala a Tegucigalpa, Managua, Caracas y Santo Domingo. Pagado a precio de oro se contrató un cuerpo de oficiales y se reclutó y se concentró en Tegucigalpa una soldadesca pergueñada entre desertores, exiliados y aventureros de todos los rincones de América, al mando de Castillo Armas pero bajo la supervisión de oficiales norteamericanos. Los Estados Unidos proporcionaron los pilotos y los aviones de guerra más modernos, repintados para tratar vanamente de ocultar su origen y pertenencia.

¡La fecha de la invasión fue anunciada! El 18 de junio de 1954, fuertemente armados y respaldados por una poderosa campaña de alarmantes informes y falsos partes de guerra que llovían desde los aviones sobre suelo guatemalteco, los cuatrocientos mercenarios de Castillo Armas penetraron por las fronteras de Honduras y El Salvador ...y fueron fácilmente derrotados por el Ejército nacional; pero los diarios bombardeos de la aviación yanqui sobre la capital y los puertos y sobre algunos objetivos militares; las noticias de la inminente intervención de los 'marines' norteamericanos; la complicidad de la OEA y la impotencia de la ONU; y finalmente algunos signos de desaliento y conatos de deserción de parte del Ejército, hicieron que el 27 del mismo mes el presidente Jacobo Arbenz abandonara su cargo y se exiliara en México.

La brillante operación “Sucess”, como se le llamó, ha terminado exitosamente. Con la mediación del embajador Peurifoy, el Ejército guatemalteco entregó el mando al traidor Castillo Armas, quien de inmediato fue reconocido por Estados Unidos como presidente legítimo. Naturalmente que Castillo inició su gobierno con una feroz represión contra estudiantes, obreros, campesinos e intelectuales (unos diez mil hasta 1955 habían sido asesinados o encarcelados); y tratando de borrar las huellas del paso de aquellos egregios estadistas: quinientos cincuenta y tres sindicatos fueron declarados fuera de ley; el Código de Trabajo fue mutilado; quedaron sin efecto muchos otros proyectos del régimen derrocado, y en primerísimo lugar la reforma agraria, con expulsión de los campesinos y devolución de las tierras a sus antiguos dueños.

En 1956 el gobierno usano recibe a Castillo Armas como un héroe; la Universidad de Columbia llega hasta otorgar un doctorado 'honoris causa' a semejante burro, provocando la protesta de muchos académicos; entre ellos el gran novelista venezolano Rómulo Gallegos (Doña Bárbara, Canaima), quien repudia públicamente su propio doctorado, conferídole poco tiempo antes por la misma Universidad.

¿Después? Una guerra de más de treinta años sostenida por un pueblo guatemalteco que no quería olvidar su efímera vivencia democrática, contra un ejército y unos escuadrones de la muerte asesorados y fuertemente financiados por la CIA y el ejército de los Estados Unidos. Durante ese largo período se produce el exterminio selectivo de la intelectualidad progresista de Guatemala, y una gradual militarización de las instituciones: el Ejército está detrás de todo gobierno, y nada en el plano institucional puede hacerse sin su concurso.

Pero por otra parte es innegable que los años de la insurgencia han alimentado el resurgir de la conciencia de amplios sectores populares; y una muestra de ello es el triunfo electoral de Álvaro Colom y de Mauricio Funes. La paz en Guatemala y El Salvador es hoy un silencioso pulso que, con el tiempo, el pueblo terminará por ganar. Y creo que no es distinto para Honduras: la actual supremacía de las fuerzas armadas, y la cultura y la parafernalia del golpismo militar están intactos allí como lo están en los otros países, pero también aquí el pueblo se ha hecho presente.

Ahora bien: esos ejércitos, como los de muchos otros países, dependen esencialmente del apoyo norteamericano. ¿Cuál será, en este campo, la política de la nueva administración? ¿Continuará ese apoyo como hasta ahora? ¿Seguirán educándose los militares de latinoamericanos en la malfamada Escuela de las Américas? ¿Tendrá Obama la fuerza moral y política de alterar ese estado de cosas?

De ahí la importancia de sumar todas las voces hasta que seamos oídos:
debemos hacer los esfuerzos necesarios para que el golpe de Estado en Honduras no prevalezca. Y para ello es preciso en primer lugar que todas las fuerzas progresistas de América Latina presentes en la OEA, y todos los Estados democráticos del Mundo presentes en la ONU emplacen a los Estados Unidos para que sume inequívocamente su poder y su influencia a los de una comunidad internacional que rechaza aquel golpe de Estado (y todo otro intento ilegítimo de detener la marcha democrática de nuestros pueblos) y exige el regreso a la institucionalidad democrática en Honduras y el castigo sin remisión de los golpistas.


*Grupo Soberanía


Fuente Nuestro País

Imagen El Roto


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