Desarrollo caquístico en Guanacaste

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José María Villalta Floréz-Estrada

La situación que enfrenta la comunidad de El Gallo situada a 5 kilómetros de la ciudad de Liberia retrata y sintetiza de forma inigualable el modelo de "desarrollo" turístico e inmobiliario implantado en la provincia de Guanacaste.

En honor a la verdad, debo decir que el caso nos llama a reflexionar a muchas personas y organizaciones que hemos venido denunciando que este modelo no le deja nada a las comunidades locales.

Hemos denunciado que se promueve la apropiación privada de nuestras costas y playas, restringiendo el acceso, uso y disfrute al pueblo costarricense. Hemos denunciado la sobreexplotación e injusta distribución del agua, que es destinada a regar canchas de golf y a llenar de las piscinas de condominios de lujo construidos sin ningún tipo de planificación. Hemos denunciado la destrucción de montañas enteras y de la belleza escénica de nuestras costas para construir "moles" de cemento y espantosos tugurios de lujo que proliferan libres de controles.

Y también hemos denunciado que todo este "desarrollo" en el que se invierten miles de millones de dólares se produce en una provincia que sigue siendo la más pobre de Costa Rica. Porque Guanacaste es tristemente una provincia de "enclaves" donde el lujo y la opulencia a costa de la naturaleza florecen a pocos metros de poblados absolutamente deprimidos y empobrecidos. Poblados donde los habitantes originarios de esta región de riquezas exuberantes, expulsados de las costas y las mejores tierras, apenas sobreviven azotados por el desempleo, la falta de oportunidades, la prostitución y las drogas.

Verdaderos poblados fantasmas en muchos casos, que subsisten a la par de castillos de oro. Poblados abandonados que no reciben ni las migajas de inversiones multimillonarias que despuntan a su alrededor. En gran medida por culpa de gobiernos locales y nacionales expertos en regalar los recursos naturales y en otorgar privilegios a los grandes hoteleros, pero incapaces de promover proyectos de desarrollo local, microempresas turísticas o encadenamientos productivos con la economía local para que al menos una ínfima parte de toda esa riqueza se quede en manos de las y los habitantes de la región.

Pero es precisamente en esta parte de la denuncia donde debemos reconocer nuestra equivocación. ¿Cómo que el modelo descrito no les deja nada a las comunidades guanacastecas? ¡Claro que sí les deja!

Nuestro error lo han puesto al descubierto las 120 familias de El Gallo de Liberia, quienes desde hace meses han pegado el grito al cielo por las graves consecuencias para su salud y calidad de vida que está teniendo la operación de una planta de tratamiento de "lodos sépticos" (nombre caché para designar los excrementos humanos, es decir, la caca proveniente de tanques sépticos) instalada en las cercanías de dicha comunidad.

El principal impacto negativo que denuncia la comunidad de El Gallo es el constante paso de camiones cisterna cargados de excrementos que circulan de día y de noche junto a sus viviendas. Según los vecinos, estos camiones "derraman producto sobre la vía pública" frente a sus casas, "producen malos olores a su paso" y deterioran las calles cada vez más. El tránsito de "lodos sépticos" es constante y se produce a todas horas. Solo en los días 9 y 11 de junio de 2008 los afectados contabilizaron y documentaron el paso de más 15 camiones por día.

¿Y de donde viene todo ese excremento? ¡Nada más y nada menos que de hoteles y urbanizaciones ubicados en las zonas costeras! Proviene de construcciones que, a pesar del "boom" inmobiliario y la danza de millones en la región, fueron realizadas sin contar con plantas de tratamiento de sus desechos como exige la ley o que existiendo dichas plantas no funcionan adecuadamente o no tienen capacidad para procesar la gran cantidad de desechos producidos. Todo a vista y paciencia de las autoridades.

No podemos ignorar que extraer, almacenar y transportar materia fecal desde las zonas costeras hacia Liberia, a todas luces no parece un procedimiento sencillo. Sin embargo, algo está claro. Les sale más barato que tratar adecuadamente los desechos en el mismo lugar donde los producen. ¿Y para qué lo van a hacer, si pueden ir a depositarlos lejos, donde serán otros, las comunidades locales, quienes tendrán que soportar los malos olores y la caca regada en media calle?

No sé si trasladar los excrementos de los condominios de lujo a otros poblados será parte de los requisitos que se le exigen al país para atraer inversión extranjera, de esos requisitos que nuestros gobernantes aceptan sin chistar. O tal vez será que las autoridades nacionales han decidido darle un trato privilegiado a los desechos fecales hoteleros por ser desechos "de primer mundo".

Lo que sí resulta evidente es que se trata de un negocio redondo. Les regalamos el agua, nuestras playas y montañas. ¡Y a cambio nos dejan su caca! ¡Maravilloso modelo de desarrollo!

Salvo, claro está, para el pueblo guanacasteco. ¿Verdad que a ninguno de nosotros nos gustaría que el camión de la basura pasara 15 veces por día frente a nuestra casa? ¿Verdad que estaríamos indignados? Pues para la comunidad de El Gallo de Liberia es humillante tener que soportar la hediondez de los excrementos ajenos. Y si esto hacen con la gente de Liberia, la capital de la provincia de Guanacaste ¿Qué no harán con las y los habitantes de otros poblados más pequeños y abandonados?

Cuánta razón tenía el jefe indio Seattle, cuando advertía a los blancos invasores que en la segunda mitad del siglo XIX avanzaban sobre el territorio de su pueblo devastando ríos y montañas: "continúen ustedes contaminando su cama y una noche morirán sofocados por sus propios desperdicios". Lo único es que en la Costa Rica del siglo XXI los poderosos encontraron la forma de tirar sus desperdicios en la cama de poblados guanacastecos humildes como El Gallo, a quiénes tienen -literalmente- comiendo mierda.

Por eso es que cada vez más corazones se suman a la justa lucha del pueblo de Sardinal y otras comunidades que ya no aguantan más. Deberíamos hacerlo todos los y las costarricenses a los que todavía nos corra un poco de sangre por las venas.

* El enfasís es nuestro

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