¿Dictadura de los Arias?

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Por Luis Paulino Vargas Solís

A veces se habla de “dictadura de los Arias” ¿Realmente lo es? Yo diría que la cosa alcanza un punto de apogeo justo bajo la conducción de este par de sujetos. Pero, en el fondo, ellos tan solo son las caras visibles que, al momento actual, mejor convenía al sistema poner donde los tiene. No, no es una dictadura de los Arias, excepto momentáneamente y en su aspecto más visible.

Pensemos que, aunque el sistema está formado por individuos, en realidad es más que los individuos. Y aquí estamos ante un sistema teñido a profundidad por poderosas tendencias totalitarias. En realidad esta es una dictadura neoliberal, y calificarla como tal lo que intenta es ubicarla en referencia a la época en que nos encontramos: la de la globalización neoliberal.

Antecedentes

Me ahorro por el momento la discusión de fondo acerca de qué significa globalización y de si ese es un término cuyo uso resulta afortunado. Tan solo haré referencia a aquello que me parece es más útil tener en cuenta para los fines de este artículo: esta globalización se caracteriza por un extremado endurecimiento político e ideológico, cosa que corresponde a una visión de mundo éticamente degradada.

Esta se resume en el imperio de la ganancia capitalista por sobre cualquier otra consideración, incluyendo la vida en todas sus expresiones: la humana como la de la naturaleza en general. Dejémoslo ahí. Otro día hablamos más en profundidad acerca de qué hay detrás de eso.

Esta es, en síntesis, una globalización enemiga de la vida. Así de profunda es la decadencia del capitalismo en estos inicios del Siglo XXI. Costa Rica es chiquitita y en algún grado no despreciable ha sido diferente. Por algo fuimos el primer país en abolir, por propia y soberana decisión, esa institución de muerte llamada ejército. Pero aún con sus peculiaridades, Costa Rica no ha estado al margen de esa globalización.

No es del todo correcta la afirmación de que esto empezó con la primera administración Arias, aunque sí es cierto que ésta imprimió contornos bien identificables al proyecto político neoliberal, en esa fase inicial de su desarrollo. En todo caso, conviene no olvidar que hay algunos antecedentes de importancia que se ubican en la administración Monge, especialmente desde que, en 1984, se nombró a Eduardo Lizano en el Banco Central.

El desarrollo de esta dictadura neoliberal ha pasado, hasta este momento, por tres etapas bien reconocibles. Primero, una fase de avance sostenido pero relativamente gradual, cosa que se da entre mediados de los ochentas y el año 1998, aproximadamente. Una segunda etapa que dura alrededor de un quinquenio (más o menos hasta 2003) de relativo estancamiento del proceso. Y una tercera etapa -de 2003 al momento actual- donde se quiere romper ese estancamiento, recurriendo para ello a una estrategia sumamente agresiva, la cual pone en tensión extrema todo el sistema institucional en Costa Rica.

Primera etapa: consolidación gradual de la dictadura neoliberal

En la etapa inicial ya estaban presentes los elementos básicos de esa dictadura, aún insuficientemente desarrollados pero, en todo caso, moviéndose en proceso de gradual maduración. Dos rasgos resultaban a estos efectos especialmente sintomáticos: la consolidación de un sistema bipartidista corrupto y el férreo alineamiento de la prensa a favor de ese bipartidismo y del proyecto político neoliberal que éste promovía.

Dos características adicionales -que hoy son rasgos definitorios de este sistema- tomaban entonces forma: los ropajes de democracia con que se vestía un sistema esencialmente antidemocrático, y la tendencia a desarrollar mecanismos de poder basados en la dádiva y, por esta vía, de soborno del pueblo mismo.

Con más o menos frecuencia, el régimen daba algunos bandazos de intransigencia, intentando una imposición desembozada de sus proyectos. Varios ejemplos lo ilustran: el inconstitucional atentado contra el ICE en el primer gobierno Arias o la agresión contra las universidades públicas en los inicios de la Administración Calderón.

Mucho más contundente -en sus propósitos de contubernio autoritario- lo fue el famoso acuerdo Figueres Olsen-Calderón Fournier-Rodríguez Echeverría, que, como sabemos, se hizo bajo la tutela de ese cerebrito de media onza llamado Julio Rodríguez. Los maestros, como nadie más, sufrieron las consecuencias de ese nefasto acuerdo.

Sin embargo, durante ese período el sistema no era aún capaz de trascender ciertos límites. La resistencia popular lograba detener las acometidas del régimen neoliberal sin que éstas se desbordaran hacia los extremos que, por lo mismos años, vivían Argentina o México.

El bipartidismo se mostraba granítico y se repartía puestos, negocios y favores. Los medios sofocaban sistemáticamente la libertad de expresión y manipulaban a placer la información. Pero llegado a un punto, la intransigencia se frenaba cuando la voz ciudadana se hacía suficientemente audible. De ahí la relativa gradualidad del proceso.

Segunda etapa: el estancamiento

El proyecto neoliberal entra entonces en una etapa de estancamiento relativo. En su contra jugó el creciente descrédito del bipartidismo y, con este, del sistema político-institucional bajo su control. Ello era resultado de la mentira politiquera reiterada; las falsas promesas; las expectativas ciudadanas de mejoramiento, una y otra vez frustradas.

El sistema se entraba mientras se hace visible la amplitud de la división social que empieza a fracturar la sociedad costarricense. El Combo-ICE fue un intento por romper el estancamiento que ya entonces se percibía, pero su desenlace simplemente lo profundiza.

Todo el juego siniestro de intransigencias, corrupción y manipulación que el neoliberalismos vestía de democracia a fin de ejercer dominio sobre la población, entra entonces en una etapa de amargas quejumbres, cosa bien documentada en los insípidos escritos de Eduardo Lizano.

En ese contexto, cobra pleno sentido la emergencia del Partido Acción Ciudadana (PAC), el cual recoge una parte considerable del descontento popular, pero sin lograr echar raíces sociales suficientemente profundas ni articular un proyecto político realmente alternativo.

Empiezan entonces a explorar opciones que permitieran revivir el proyecto. Y en el reacomodo de posiciones, las oligarquías criollas paulatinamente van orientando sus movimientos en una dirección: profundizar los rasgos autoritarios del sistema pero de forma tal que, en lo posible, ello no debía implicar renuncia a los rituales formales de la democracia institucional.

Cierto que, en el ínterin, se dan los escándalos de corrupción que involucran a varios expresidentes cosa que trae consigo el desmoronamiento del sistema bipartidista, tal cual se gestó y consolidó durante los ochentas y noventas. Se podría especular acerca del porqué de tales escándalos y los objetivos a los que respondieron.

Lo más relevante es constatar que, en la práctica, ello no alteró (o acaso facilitó) la consolidación de la dirección básica hacia la que el sistema fue empujado: la aplicación sistemática de cierres sobre todas las posibles fugas o puntos débiles, a fin de amarrar una coalición oligárquica de amplio espectro, granítica y casi irrompible.

Tercera etapa: se consolida la dictadura neoliberal

En otros escritos he dicho que el proceso basculó sobre dos ejes principales: la reelección de Arias y el TLC. Son dos centros gravitacionales sobre los que giran los tejidos de poder que se han cosido en estos años, y en el cual se enredan -hasta casi hacerse indistintos- los diferentes centros de ejercicio del poder. Estos son principalmente tres.

Primero, el sistema político, con sus dos grandes componentes: por un lado el sistema partidario (de ahí la coalición de los 38) y, por el otro, el sistema público institucional (que incluye, entre otros, la Sala IV y el Tribunal de Elecciones).

Segundo, el poder mediático, el cual corrompe la libertad de prensa, privatiza la libertad de expresión y, sin escrúpulos, maneja la información con fines abiertamente manipuladores.

Tercero, el poder económico, que adquiere solidez cementando firmemente sus diferentes fracciones, según se observa en el férreo alineamiento de todas las grandes cámaras empresariales y, hacia fuera, se coaliga estrechamente con los poderes políticos y mediáticos, en un juego de imposiciones y arbitrariedades que no admite fisuras y se expresa arrogante e irrespetuoso.

Estos tres núcleos de ejercicio del poder constituyen simplemente diferentes expresiones de una misma realidad social, a la cual llamamos oligarquía neoliberal criolla. La estrecha coalición de estos tres ámbitos se amarran con base en un interés compartido: el gran negociado que se abre a partir de su alianza con las corporaciones transnacionales.

Pero esa es una alianza que se establece en posición de subordinación o sometimiento, es decir, esas oligarquías criollas a lo sumo aspiran a ser socios menores, quizá gerentes o, acaso, vulgares capataces, encargados de administrar a lo interno los grandes negocios bajo control del capital transnacional.

La motivación es de proporciones siderales, especialmente tratándose de gente poseída hasta el tuétano por la avaricia más abrasadora. Y es que los negocios en perspectiva son simplemente colosales: de las telecomunicaciones, los seguros, la educación y la salud, a la biodiversidad de los bosques o el agua del subsuelo, pasando por la riqueza atunera o los depósitos minerales en la cordillera submarina de Cocos.

¿Por qué esta dictadura es neoliberal?

Es un sistema dictatorial porque, en efecto, hace un ejercicio excluyente, arbitrario y corrupto del poder. Atrapan la institucionalidad pública y la obliga a alinearse en una sola dirección. Manejan a placer la información y coartan sin escrúpulos la libertad de expresión. Atropellan leyes y procedimientos cada vez que les conviene (lo mismo en la Sala IV, que en el Tribunal de Elecciones o la Asamblea Legislativa).

En la peor tradición del fascismo y el estalinismo, montan gigantescos aparatos publicitarios concebidos con fines exclusivos de manipulación e intimidación. Sistemáticamente buscan la alienación de la gente, el adormecimiento de su sentido crítico y el embotamiento de su sensibilidad, por medio de colosales mecanismos de estupidización, sistemáticamente montados desde los medios de comunicación. Con método y persistencia buscan robarle a las personas -y en especial a las más pobres y necesitadas- su dignidad y su orgullo, recurriendo para ello a la dádiva y el soborno.

Es una dictadura neoliberal a la que, por el momento, le conviene tener en el control de los mecanismos del poder político, a los señores Arias. Pero en caso necesario, bien podría desecharlos, como claramente lo ha hecho con Calderón Fournier, Rodríguez Echeverría o Pacheco De la Espriella.

Es neoliberal porque incorpora inteligentemente elementos propios del capitalismo de los tiempos de las tecnologías de la información. Aparenta democracia y respeto por las libertades ciudadanas y hasta por los derechos humanos.

Cínicamente se apropia de los discursos contra la pobreza o favor del medio ambiente, y para ello recurre a los más sofisticados mecanismos que le proporcionan las nuevas tecnologías. Es tecnocráticamente pulcra y eficiente; publicitariamente refinada. Moderna según los estándares de la modernización neoliberal en boga. Engañosa y falsa como posiblemente no lo ha sido ninguna dictadura en la historia de la humanidad.

Sobre todo es neoliberal porque no tiene asco ni escrúpulo y, sin embargo, se exhibe decente, religiosa y hasta pudorosa. Miente, manipula, roba, atropella, irrespeta, tergiversa, corrompe, envilece. Todo en un mismo enorme movimiento de imposición dictatorial. Y todo elegantemente vestido de democracia.

Es neoliberal, pues, porque recoge a su interior, con notable fidelidad, las peores lacras de la globalización neoliberal que la humanidad padece hoy día. Como ésta, es un proyecto que subordina al mercado, al negocio y la ganancia, toda otra consideración. La vida incluida. Por ello es, esencialmente, un proyecto orientado a la destrucción de la vida. O sea, un proyecto de muerte.


Fuente Argenpress

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