Por Luis Mata
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En el país, una clase política compuesta en su mayoría por tecnócratas y oportunistas, ha querido imponer una nueva escala de valores -que sustituya lo que nos dio fortaleza e identidad como nación- a cambio de una palabra que pretende ser una razón en sí misma: competitividad.
Valores como honradez, honestidad, ética, son considerados por esa clase política como obsoletos, vacíos e inoportunos -incluso motivo de burla- pues contradicen su paradigma particular y a nombre de la competitividad se debe estar dispuesto a hacer cualquier cosa. El objetivo, según esa óptica, es ganar; que todo tenga un precio, que todo sea mercancía que al igual que en un mercado, se pueda comprar o vender.
Discépolo, en su tango Cambalache, critica una sociedad -siglo veinte-, por ser “un despliegue de maldad insolente”; tristemente, en el inicio del siglo 21, la vida imita al arte y lo que era una canción cualquiera, parece convertirse en himno macabro, que anuncia el futuro que toca a nuestra puerta.
La ética, que al dictado de la conciencia dice que el ser justo es lo correcto, da paso al cinismo de quien se siente por encima de la ley y a salvo de ella; de quien en pos de obtener un triunfo en una contienda no tiene ningún empacho en escribir sus perversas ideas y una vez conocidas por la ciudadanía, esperar que la desmemoria, de paso a la impunidad.
Fernando Sánchez -diputado electo por una democracia que gracias a la complacencia de algunos y a actuaciones como la de él es cada día menos democracia y más autocracia-, escribió y firmó un memorando que no debe ser olvidado, porque es una afrenta a el sistema costarricense.
No faltarán quienes al llegar hasta este punto del artículo, salgan con el cuento de que dicho diputado ya pidió disculpas y con eso basta, que debemos echar todo al olvido; lo curioso, es que -casi siempre-, aquellos que hablan de perdón y olvido, son los ofensores; igual quisieron hacer en Argentina los secuestradores y asesinos.
Sánchez, al igual que sus compañeros y compañeras de curul y de partido, si no han tenido problemas en insultar a la tía de Kevin Casas, que le exige la renuncia del compañero impune del triste documento, son reflejo de ese cambio de valores; no importa que familiares directos se puedan ver beneficiados con las leyes de implementación; tampoco importa, que el presidente que anda de paseo en China, haya dado la callada por respuesta a la implicación suya -publicada por el Semanario Universidad- en el negocio de las telecomunicaciones, ni que su jefa de prensa, la antes tan locuaz Mishelle Mitchel, no responda a los correos enviados con preguntas sobre el tema.
Tampoco, en este mundo que pretenden imponer, carente de ética, importa los medios que llevan a un fin. Nada de eso importa, en este mundo de ganadores y perdedores o mejor “sectores sensibles”, nada importa; la competitividad ha llegado y hay que adecuarse; hay que prescindir de nuestros valores porque son muy caros de producir, al igual que hace veinte años prescindimos del maíz, en nombre de la competitividad.
Para quienes creen que la ética está pasada de moda, resulta aburrido y tedioso que se escriba sobre ella; bien dicen en el campo que la verdad no peca, pero incomoda, y debe ser bien incómodo, que se nombre esta palabra, cual soga en casa del ahorcado. Pero a la cosas hay que decirlas por su nombre; la democracia cae en desgracia cuando a la falta de ética, se le suma la impunidad y el olvido; ese camino es el principio a las dictaduras, aunque se disfracen de saco y corbata o se pongan al pecho medallas de guerra o de paz.
Un país, en que un sector de la población no tiene pudor en recurrir al pago de votos, a usar todo aquello que asuste y haga temer a la población, que comprometa recursos públicos en promesas vacías, que se alíe a cualquiera para satisfacer sus mezquinos intereses, transita por la vía rápida de la colisión.
Divide a la gente y transforma los matices, en blanco y negro, porque la impunidad, cohonestada por tribunales cuyos principales actores no hacen más que decir “yes sir”, haciéndose de la vista gorda a todo aquello que se oculta su falta de ética en ropaje de legalidad, acuerpadas por un sector de la prensa que omitió la equidad y el equilibrio, son las bases para situaciones que cuando exploten, nadie sabe a dónde ni en qué van a parar.
Por todo eso, en bien de la democracia y de la ética, Fernando Sánchez debe renunciar a su curul porque de lo contrario, esa impunidad no será olvidada y cuando la gente, cansada de este espectáculo se decida a hacer algo al respecto, no habrá tiempo para pedir perdones ni acudir al olvido.
Fuente
La Prensa Libre OnlineEl énfasis es nuestro
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