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Nuevo tipo de militancia

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Por Isabel Rauber

Las nuevas prácticas políticas emergidas con fuerza desde las resistencias y luchas de los movimientos sociales han conformado una nueva militancia: capaz de concertar voluntades diversas y dispersas, de dedicar parte de su tiempo a tareas de capacitación para que las mayorías puedan participar con protagonismo creciente desplegando al máximo sus potencialidades.

Se trata de una militancia consecuente con las propuestas que levanta, impuesta de que los desafíos socio-transformadores no son tarea de élites mesiánicas, sino que reclaman la participación protagónica plena de las mayorías concientes. Esto habla de diversidades que habrán de articularse y conjugarse, de pluralidad de cosmovisiones, de horizontalidad en las interrelaciones y miradas, de un nuevo tipo de organización y poder que se construye desde abajo, con el protagonismo de los –tradicionalmente considerados‑ de abajo.


Esto modifica de raíz lo que hasta ahora se suponía era la “razón de ser” y actuar del militante: llevar las ideas y propuestas del partido hacia el pueblo y sus organizaciones, aceptando la hipótesis de que la misión histórica de las masas populares es la de organizarse para actuar como “fuerza material” capaz de realizar (materializar) el programa elaborado por el partido político (auto)considerado vanguardia.

La creciente movilización social y política de amplios sectores y actores sociales ha ampliado el ámbito de los político, modificado el accionar político y sus modos y –consiguientemente‑, llama a modificar la concepción de la militancia y sus modalidades de actuación política, generalmente centrada en la asistencia a las reuniones partidarias periódicas, en el análisis de documentos internos, en disputas domésticas, en debatir su perspectiva en los congresos, etc. Sin objetar estas actividades, está claro que resultan insuficientes y confinadas al “internismo”.

El desafío socio-transformador actual es civilizatorio. Construir una nueva civilización es una tarea de gran magnitud para la que no alcanza la movilización de los activistas, requiere de la participación y creatividad de millones. A ello pueden contribuir todos aquellos que se van comprometiendo con la actividad sociopolítica y también los intelectuales orgánicos. Esto reclama desarrollar sostenidamente prácticas democráticas, horizontales y participativas en lo que se va construyendo, en el pensamiento y en la acción.

Se trata de ir configurando en las prácticas una pedagogía de la nueva praxis política, aportando valiosos ejemplos para la conformación de un nuevo tipo de militancia: solidaria, autónoma, consciente, responsable, participativa, constructora y concertadora de la participación desde abajo, en sus comunidades, con sus compañeros/as en su sector de trabajo, en el campo, en la universidad, en el ámbito sociocultural donde actúe, en la vida familiar, y en la organización social o política en la que participe. En sus alforjas inspiradoras cuenta con los aportes de la educación popular, cuyos principios y concepción fecundan el pensamiento y las prácticas colectivas de la transformación social. Es lamentable que todavía se halle tan disociada de las prácticas políticas de la izquierda. Ello evidencia –de hecho‑ la sobrevivencia de la cultura vanguardista.

Es tiempo de que la izquierda partidaria y su militancia pongan fin a su distanciamiento jerarquizado respecto de los sectores sociales populares; es vital suprimir las famosas "correas de transmisión" y sustituirlas por el diálogo permanente, el aprendizaje mutuo, la horizontalidad en las decisiones y el control popular.

Para decirlo de un modo comprensible para todos/as: la izquierda tendría que realizar una auto-transformación homóloga a la ocurrida en la Iglesia Católica cuando el Concilio Vaticano II. Allí se explicitó que “la Iglesia” no radicaba en el edificio del templo, sino en el pueblo de Dios, y se les dijo a los curas que había que salir de los claustros, llegar al pueblo y convocarlo a construir lo que sería entonces “su” iglesia. Esto implicó para los sacerdotes desde cambios en su indumentaria (sacarse la sotana distanciadora), hasta modificaciones en su forma de practicar su religión: salir a buscar y escuchar al pueblo, convivir con la población donde quiera que ella estuviese y fuese.

Aquel impulso cristiano sustentó prácticas comprometidas de curas y mojas militantes, abrió las puertas a los llamados “curas del Tercer Mundo” y la “Teología de Liberación”. Si resultó luego mediatizado, relegado y hasta perseguido por sectores retrógrados de la institución religiosa fue precisamente porque la experiencia fue un éxito en relación con los objetivos.

Si la izquierda partidaria y su militancia hicieran “su concilio” abriéndose hacia los pueblos, cambiando su lógica y sus prácticas, tomando como punto de partida las realidades socioculturales de los pueblos, asimilando y aceptando su diversidad de identidades y cosmovisiones, apuntalando sus prácticas, impulsando la maduración de pensamientos liberadores y de liberación, contribuiría a un cambio cultural y político colectivo radical y revolucionario. Sería razón suficiente.



- Isabel Rauber es doctora en filosofía, profesora universitaria, investigadora social y pedagoga política.


Fuente ALAI

Foto Elyka



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Honduras: Ensayo del neo-golpismo en América Latina

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Por Isabel Rauber

El amanecer del domingo nos sorprendió con la noticia del derrocamiento del Presidente de Honduras, Manuel Zelaya. Los militares invadieron su morada y se lo llevaron, no solo de allí, sino del país. En ropa de descanso, el Presidente se encontró raudamente en Costa Rica. Era, evidentemente, muy importante para los golpistas tenerlo fuera de Honduras para evitar que su presencia estimulara la movilización y el apoyo popular a su restitución inmediata.

No repetirían los “errores” de Venezuela; esta vez la ira de la reacción elaboraría mejor su impotencia de clase y afinaría mejor su estrategia destituyente: fabricaría el golpe de estado sobre excusas legales y artilugios jurídicos que, supuestamente, justificarían la acción militar de franca desobediencia e irrespeto por los poderes establecidos y las instituciones que los representan. Ni el Legislativo, ni el Judicial, pueden decretar un Golpe de Estado, es decir, poner fin a la gestión del Poder Ejecutivo cuando éste no les gusta, ¿o sí?

Es esto lo que se está ensayando en Honduras: apelar a “canales” legales para poner fin por la fuerza a los procesos de cambio que están desarrollándose en el continente. Obviamente, como es natural, el ensayo se llevan adelante en territorios donde los costos políticos resultan menores porque los procesos sociales populares son más débiles, como es el caso de Honduras.

El disfraz “democrático” del Golpe de Estado, anuncia el nuevo estilo autoritario de los poderosos y desnuda el contenido de su “democracia” de mercado:
“Cuando me conviene sí, y cuando no me conviene: no.” No es la vuelta al pasado, no hay que equivocarse: Es el anuncio de los nuevos procedimientos de la derecha impotente. El neo-golpismo es “democrático” y “constitucional”. Honduras anuncia por tanto la apertura de una nueva era: la de los “golpes constitucionales”.

Es una alerta clara para los pueblos de América Latina desde el Río Bravo a la Patagonia y, en particular, para quienes encabezan proceso de cambio; el mensaje del poder es claro: “Si sigues desobedeciendo, te sacamos. ¿Y qué?” Los neo-golpistas están tranquilos: cuentan con el apoyo de los medios de prensa mundiales, los cuales, en pocos minutos imponen ante el mundo el mensaje que desean instalar. Así pudo comprobarse ayer en las más importantes cadenas televisivas internacionales: el usurpador de la presidencia de Honduras, no fue ni es llamado como tal, sino “Nuevo Presidente”, como si fuera el sucesor de Zelaya y no el cómplice del asalto y destitución forzada del gobernante.

La complicad de los medios no es un dato nuevo. Pero sí lo es el formato del golpe: apoyado en un manto de supuesta y fraguada legalidad respaldada por los Jueces Supremos y el Parlamento. Para eso quieren ahora estar en los parlamentos: no para ser mejores representantes de los pueblos, sino para llevar adelante sus proyectos de clase o, si esto no es posible, impulsar golpes de estado, ocultando su conspiración tras el manto “constitucional”.

Pero la historia no es unidireccional ni unidimensional.
Si hoy se tolera el “golpe democrático” en Honduras con al excusa de “salvaguardar la constitución”, se está adelantando y asentando también una justificación –por precedente‑, para la posible ocurrencia de “golpes constitucionales” de otros signos políticos. Las reglas del juego democrático exigen, precisamente por ello, paridad en su cumplimiento. En caso contrario, dejan de ser reglas del juego para transformarse en trucos de un sector de la sociedad para ganar tiempo político y engañar a las mayorías en favor de sus empresas. La seguridad democrática, vista desde los pueblos, consiste precisamente en eso: construir garantías biunívocas para que cada pueblo pueda construir ‑con autonomía e integradiad‑ el modo de vida que considere idóneo y necesario a para sí, en paz y respeto hacia los demás pueblos y procesos.

Llegados a este punto, vuelve a emerger al centro de la escena una cuestión política de fondo: Los procesos sociales de cambio solo pueden ser tales, si se construyen articulados a las fuerzas sociales, culturales y políticas que apuestan al cambio y generan el consenso social necesario para llevarlo adelante. Y esto solo puede realizarse desde abajo, cotidianamente, en todos los ámbitos del quehacer social y político: en lo institucional y en la sociedad toda. Un empeño político y social de esta naturaleza, no se alcanza espontáneamente. No basta con que un mandatario tenga una propuesta política que considere justa o de interés para su pueblo; es vital que el pueblo, los sectores y actores sociales y políticos sean parte de la misma, que hayan participado en su definición, que se hayan apropiado de ella.

No hay hechos mágicos en la política, mucho menos si se trata de cambiar la correlación de fuerzas hegemónicas hacia una nueva composición política y social de fuerzas a favor de cambios sustantivos: construir caminos para salir del egoísmo agonizante del mercado y avanzar hacia sociedades solidarias. Se trata de un cambio de hegemonía que reclama construir la fuerza social, política y cultural, el actor colectivo, capaz de diseñar y decidir el rumbo y el ritmo de los cambios, llevarlos adelante, sostenerlos y defenderlos. Esta también es una enseñanza vital para los procesos actuales que en este continente apuestan a cambiar la realidad de injusticia y discriminación, que apuestan a profundizar la democracia, sacándola del recinto del mercado para ampliarla y rediseñarla acorde con el crecimiento político-cultural de los pueblos, construyendo una democracia ciudadana con igualdad de derechos, oportunidades y posibilidades para todas y todos.

Este es el camino de la seguridad democrática que necesitan los pueblos del continente, es el único camino para que el debate de ideas pueda fluir sin el asecho nocturno de los viejos o nuevos Golpes a la razón democrática que reclama la humanidad en el siglo XXI. Ojala la retórica democrática que se levanta desde el poder cuando no le resultan los procesos en otras latitudes, sea igualmente contundente cuando se atenta abierta y descaradamente contra un proceso legítimamente democrático como el de Honduras. Vale recordar: en el mundo globalizado bajo la hegemonía del capital, las lecciones –en un sentido u otro‑ son siempre globales.


- Isabel Rauber es Doctora en Filosofía. Directora de la Revista Pasado y Presente XXI. Profesora de la Universidad Nacional de Lanús. Estudiosa de los movimientos sociales y procesos políticos del continente.


Fuente ALAI

Foto Getty Images


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