Por Isabel Ducca D., filóloga, UNA
Jimmy Massey es un soldado estadounidense de los tantos que tuvo que ir a Iraq en la misión “liberadora” y se definió a sí mismo como “un cowboy del infierno”, por lo menos mientras fue un militar activo. Su libro Cowboys del Infierno, es un testimonio y una revelación de su metamorfosis en marine estadounidense, su trabajo como reclutador y su estadía en Iraq como parte del mayor ejército del mundo y el más poderoso.
En su itinerario para convertirse en cowboy del infierno, debió pasar una serie de pruebas por medio de las cuales se hubiera podido consagrar como héroe, tal y como lo mandaba su comandante en jefe, de no haber sido porque empezó a deslizar su conciencia y su sensibilidad por los caminos prohibidos para un marine estadounidense. Esos caminos le llevaron a reflexionar y a cuestionar la “misión liberadora” en Iraq:
“—Señor, creo que lo que estamos haciendo en Irak es un genocidio. Lo de la ayuda humanitaria es sólo una excusa de mierda; es tan sincera como la afirmación del Presidente Nixon de que él no era un sinvergüenza. Creo que nuestro único objetivo en Irak es el petróleo y las ganancias. Y estamos dejando tanto uranio enriquecido en el campo de batalla que no tendremos que preocuparnos por futuros terroristas o incluso futuros iraquíes, porque los estamos matando poco a poco y uno a uno”.
Cuando se reclutó en el ejército, jamás se hubiera imaginado que alguna vez afirmaría eso. Entró al ejército a hacer realidad los sueños y los juegos de niño, pues su juego favorito era imaginarse ser un Rambo en una selva vietnamita. Su misión en el juego era cazar vietnamitas, para eso le servían las ardillas, y cuando las cazaba estaba atrapando a un hombre, en ese momento el animalito “se convertía en ardilla estofafa”. Esa imagen, modelo mental de héroe infantil, vuelve cuando se topa un día, después de una entrevista de trabajo, a un reclutador. Éste “habló de todo aquello que era importante para mí: autodisciplina, confianza en uno mismo, autocontrol. Prometió que sí me unía a los Marines, desarrollaría todas las cualidades necesarias para triunfar en la vida”.
Massey relata también cómo la imagen de aquel marine se derrumbó poco a poco, sobre todo cuando, después de terminar su entrenamiento, tuvo que actuar como reclutador. Ofrecía lo mismo que le ofrecieron a él: el triunfo, la salida de la pobreza, la posibilidad de realizar estudios universitarios y el alto honor de servir a las Fuerzas Armadas. Veamos cómo vendía el sueño americano:
“Algunas veces iba a conocer a los muchachos con mi uniforme, condecoraciones y medallas para mostrarles todo el poder que tenía. También tenía un bulldog inglés llamado Tank Balls le puse ese nombre porque tenía “elefantiasis (en la jerga de un marine eso significa que su vida sexual no era muy activa. (sic) Cuando los chicos entraban en mi oficina, les jugaba una mala pasada. Les pedía que abrieran un cajón y que cogieran una pistola de plástico. Tank estaba entrenado para que saltara sobre el muchacho, pero yo lo detenía antes de que mordiera a nadie. El mensaje subliminal siempre era el mismo: “¿Ves? Soy poderoso. Tú también puedes serlo. Yo era un fulano cualquiera y el Cuerpo de Marines me convirtió en un hombre de acero”.
Su misión como reclutador la sintetiza en una frase: “Hay que ganarse su confianza y aprovecharse de sus debilidades”. El hombre de acero al que alude tiene varias características, pues aprendió a ser duro en el entrenamiento como una máquina para matar, a diferenciar entre los civiles y los militares y a castrar sus sentimientos. No podía tener compasión ni pensar en sus pobres muchachos necesitados de trabajo, de orientación e identidad porque tenía que cumplir la cuota mensual para poder mantener a su familia y sostener el honor de ser marine: “Como reclutador tienes que aprender rápido y una de las cosas que más rápido aprendí fue que para mantener su trabajo los reclutadores no pueden tener escrúpulos”.
Relata varios casos de engaño a los muchachos o a sus superiores con tal de cumplir la cuota mensual. Pero cómo hacía para reclutar a los muchachos con expediente delictivo, ilustra muy bien ese abandono de escrúpulos:
“Estaban acostumbrados a que les preguntara si se podían reducir o eliminar cargos como posesión de marihuana, embriaguez, hurto, posesión de drogas, robo y asalto…(…) Primero yo les preguntaba si era posible reducir esos cargos. Ellos hablaban con el fiscal del distrito, quien, por lo general, estaba de acuerdo en no presentarlos si el muchacho se iba a alistar a las Fuerzas Armadas. Casi nunca tenía que presentarme frente al fiscal personalmente, pues ellos hacían el trabajo sucio por mí. Alistarse era la única forma que tenía un muchacho de limpiar su reputación. De ese modo, lo atrapábamos y era como si se convirtiera en una posesión del Cuerpo de Marines. De los 74 hombres que recluté, unos cuarenta estaban bajo libertad condicional, unos veinte tenían cargos por delitos menores y diez tenían problemas médicos o de drogas”.
Durante este proceso, aunque sea totalmente consciente mucho después, va comprobando cómo se desmoronaba su identidad bajo situaciones de alta tensión para poder matar a sangre fría, llenar la cuota de reclutamiento mensual de jóvenes con tal de mantener a su familia, con medicamentos anti-depresivos, fármacos para obtener potencia sexual y un horario de trabajo aniquilador, además de las continuas juergas en que terminaban él y sus compañeros totalmente borrachos. Una forma de ejemplificar la presión insoportable que padecen los reclutadores es la “reunión mensual de desmoralización”, para su caso en junio del 2001, se celebró en el Hotel Ramada en Carolina del Sur, “…en ella avergonzaban públicamente a quienes no habían podido lograr sus objetivos”.
Todo por el honor de ser soldado.
Desde hace muchos años a los costarricenses nos ha llenado de dignidad saber que nuestro más alto honor es ser pacifistas. Nuestra propia identidad está en juego.
El gobierno de doña Laura Chinchilla le cierra las puertas de las universidades públicas a los y las jóvenes costarricenses, negando el presupuesto que por ley se merecen. ¿Será que quiere que terminen como los marines?
Todas las citas fueron tomadas de Cowboys del Infierno, Jimmy Massey con Natasha Saulnier, Ediciones Apóstrofe S.L, pág. 228, 22, 75, 76, 79, 98.
Fuente Tribuna Democrática
Nota relacionada:
Los marines llegaron ya Por Carlos Fazio, La Jornada.
Fecha de publicación: 9 de marzo de 2009.
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