Atribuir la actual crisis económica griega a los excesos en sus sistemas de pensiones y seguridad social es, en el mejor de los casos, expresar una verdad a medias. O, si usted lo prefiere, una media mentira. Y la mentira excede de la mitad si se invoca el caso español. En lo que a Irlanda se refiere habría que recordar que, ante el impacto de la crisis, se optó, con anticipación (2009), por una política fiscal restrictiva, tendiente a la reducción del gasto público. Ello simplemente agudizó el desplome (reducción del -7,1% del PIB en 2009) y disparó el déficit fiscal (14,3% del PIB).
En general, los datos muestran de forma sistemática un deterioro generalizado de las finanzas públicas en el período posterior a 2007. Aunque parcialmente atenuado, ello es válido incluso para Alemania. Es indudablemente un problema vinculado a la crisis económica y refleja principalmente la confluencia de dos factores: el esfuerzo fiscal excepcional que se puso en marcha para atenuar la crisis, y el desplome de los ingresos tributarios ocasionado por la aguda recesión.
En el caso de los países que ya están atrapados en la telaraña de la deuda pública, los datos son claros. España, por ejemplo, pasa de superávits fiscales del orden del 2% en 2006 y 2007 a déficits que, para 2009, llegan al -11,2% del PIB. Irlanda, con un superávit del 3% en 2006, registra un déficit que excede del -14% en 2009. Portugal y, sobre todo, Grecia, ya registraban números rojos antes de la crisis. Esta última agudiza severamente el problema. En lo que se refiere a Italia, el agravamiento del déficit no es tan agudo (-1,5% en 2007; -5,3% en 2009), pero en su caso la deuda pública es extraordinariamente elevada (115,8% como porcentaje del PIB, al mismo nivel, en términos comparativos, que Grecia).
La crisis que explota en 2007 es, por lo tanto, la fuerza principal detrás de la actual crisis europea de la deuda. Sabemos que aquella detonó en Wall Street, de mano de los grandes especuladores de las finanzas. Culpabilizar a los sistemas de seguridad social y a los sindicatos resulta entonces una grosera mentira. Pero esto también advierte acerca de la peculiaridad de la crisis de la deuda como una segunda ronda o, si se prefiere, una nueva etapa en una crisis mucho más amplia, cuya solución aún está lejana. Ha habido dos etapas previas: la crisis financiera precipitada a partir de la crisis hipotecaria; y, en seguida, la recesión generalizada a nivel mundial. Estas dos primeras fases de la crisis exigieron una intervención estatal hasta niveles inéditos. Justo esto último es lo que ahora explota. Lo que sigue es, posiblemente, una segunda vuelta de la recesión, a lo cual están apostando -con admirable denuedo- tanto el FMI como muchos gobiernos, en especial los europeos. Una recaída en la recesión plantearía acuciantes problemas, en vista de que el margen disponible para ejercer política fiscal anti-cíclica estaría prácticamente cerrado.
A la hora de buscar causas subyacentes a la crisis económica (me refiero a la crisis en sentido amplio), un primer nivel de explicación que debe ser explorado tiene que ver, indudablemente, con el agresivo proceso de contra-reforma y globalización neoliberal de los últimos 30 años. Comprender esto último es un paso necesario, previo a profundizar en factores aún más fundamentales que, seguramente, también los hay.
Los datos son contundentes en el sentido de que durante estos tres decenios el ingreso y la riqueza se concentraron agudamente, mientras la participación de los salarios en la producción nacional declinaba sistemáticamente. Ello es válido incluso en el caso europeo, pero todavía más en Estados Unidos. Detrás de esto hay un agresivo esfuerzo tendiente a debilitar los sistemas de seguridad social y a desmantelar las organizaciones sindicales independientes. El proceso combina, de forma sumamente compleja, decisiones políticas, acciones represivas y movimientos de transnacionalización de las inversiones y la producción. Esto último puso a competir a las clases trabajadoras del mundo rico, con las masas trabajadoras -desorganizadas y de bajísimos salarios- de los países de la periferia, incluidos los del antiguo socialismo real.
En esas condiciones, y a fin de sostener la demanda y, con esta, el crecimiento económico, se puso en marcha un gigantesco mecanismo de deuda y especulación financiera que ganó en sofisticación, el cual -ya hacia los noventas del siglo XX- adquiere un perfil nítidamente globalizado. Las clases trabajadoras y los estamentos medios de los países ricos lograban mantener y elevar su nivel de consumo, no gracias a que sus ingresos aumentasen -que en realidad, en términos relativos, más bien disminuían- sino mediante el recurso al endeudamiento.
La crisis que explota en 2007 plantea un cuestionamiento directo a este mecanismo de deuda. Es plausible que ello marque un techo a la espiral de endeudamiento de las familias medias y trabajadoras, sobre todo en Estados Unidos. Esa situación forzó, a su vez, a un movimiento de traslación que, por la fuerza de las circunstancias, tuvo lugar de forma violenta y precipitada: de la deuda privada se pasó a la pública, y en un plazo de tan solo dos años está explota a niveles excepcionales, solo superados por los que se registraron durante la Segunda Guerra Mundial. Y si causa consternación la magnitud de la deuda española ($1,1 billones) o italiana ($1,4 billones), convendría recordar que la de Estados Unidos sobrepasa ya los $13 billones. Y si en este último caso aún no se declara una crisis, es seguramente por su privilegiada posición geo-económica y política -incluso el especialísimo privilegio de que su moneda nacional sea también divisa universal- y no solo por el enorme tamaño absoluto de su economía.
Las soluciones que ahora se proponen frente a la crisis europea de la deuda, reinciden -de forma tan obvia como pertinaz- justo en aquello que ha arrastrado a los países ricos a este pavoroso empantanamiento. A la espalda quedan treinta años durante los cuales se ha golpeado con dureza a las clases trabajadoras y los grupos medios. Y, sin embargo, el capitalismo no podría sostenerse sin el consumo de esos grupos ampliamente mayoritarios. Entonces se les ofreció crédito como la llave que abría la puerta del paraíso consumista.
Ahora proponen una dosis violentamente intensificada de la misma medicina: terminar de aplastar a las clases trabajadoras y a los estamentos medios. Pero un detalle clave ha variado: con toda evidencia, la puerta del endeudamiento está cerrada, y posiblemente continuará estándola todavía por mucho tiempo más ¿cómo se supone que logrará entonces el capitalismo sostener su crecimiento durante los próximos 10 años?
Fuente Tribuna Democrática
Caricatura El Roto
El énfasis es nuestro
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