Post-independencia líquida

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Por:Alfonso Chase


La verdadera idea de independencia es pensar diferente. No sumarse al rebaño que, la mayoría de las veces, muge complacido ante lo que se le pone delante. En la retórica usada para celebrar todo aquello que se convierte en fetiche, no en símbolo real, lo circunstancial define lo aleatorio y lo real auténtico se esfuma entre la niebla que todo lo opaca, pero que es breve en su encubrimiento.

Posiblemente sea esta la primera celebración de Independencia, de fiestas patrias, que se celebre con la plenitud de la abolición de todo lo que fuimos y la incertidumbre de lo que ya no seremos, en cuanto a institucionalidad se refiere, dando paso, no solo retrocediendo, a una nueva visión de esa patria que somos ahora, ya en manos de todo aquello que evitaron nuestros padres fundadores, sus sucesores ilustres y aquellos a los cuales les ha tocado ser los sepultureros de la historia real, para dar paso a la historia fabricada en los grandes gabinetes, en ese afán de apertura para la entrada de las huestes del maletín y contratos, todos jugosos para aquellos que detentan un poder, otorgado por frágiles mayorías que esperan el reparto, en el cual sólo recibirán fábulas o bofetadas.

La historia de nuestro país es singular y todo nos amina a conocer la Costa Rica profunda, esa que transcurre al margen de los textos escolares que leen nuestros estudiantes, entre líneas, pero a los cuales les quedan dudas, temblando y en espera de ser aclaradas.

Nada más lejano de las fanfarrias escolares que las bastoneras, los desfiles con marchas extranjeras, marcando el paso con esa inmovilidad pétrea de solo estar desfilando, en medio de un festejo que ha perdido todo el valor de sus contenidos, para mostrarnos la vacuidad de ese sentido de desplazarse sin rumbo, una vez al año, repetido en el siempre marcar el paso pero nunca con los pies sobre la tierra y la cabeza sobre los hombros.

El fracaso de los otros, los que detentan mando pero no gobiernan, no debe ser el nuestro, en el sentido de que todas las conquistas sociales permanecen en lo más profundo de la mente, para ser rescatados cuando sea menester y los cipayos se arrinconen en la historia, temerosos de la ira popular o el desprecio de la historia para con su conducta cívica y política o, simplemente, el cumplimiento de los deberes para consigo mismos o con la comunidad.

Todo parece estarse esfumando, para ellos, sustentados ya en la mentira frecuente, las cartas debajo de la mesa, los negocios hechos en la oscuridad de la noche y los grandes y medianos proyectos derrumbándose como un castillo de naipes, no más diferente que en otros gobiernos anteriores, pero marcados ahora con la tinta indeleble de enfrentar lo verdadero con lo falso, la vanidosa idea de pasar a la historia entre los aplausos o las glorias determinadas por la falsedad de los elogios, ya transformada, para siempre, la meritocracia en mediocracia o la lealtad convertida en mera muestra cortesana de la genuflexión, como signo de obediencia.

Vivimos en un tiempo de transformaciones. De la caída de todas las máscaras y el asomo del rostro verdadero, en el escenario de una fiesta efímera, sepultada con música de bombos, platillos y los movimientos rítmicos, algunos hasta con paso de ganso, que convierten todo esto en un festival de recuerdos, en donde las sonrisas se convierten en rictus, parte todo esto de un sainete con figurantes incluidos.

Nada de este espectáculo podría existir sin los convidados, que existen por su propia voluntad de protagonismo, de ocupar un lugar en el proscenio, de inclinarse con simpática alegoría, la mayoría de las veces adquirida en un colegio privado y ensayado en los partidos izquierdosos de los años setenta, ante de ingresar, desmelenados, en la cartelera del oportunismo y la engañifa.

Nada de eso es tampoco ajeno a nuestra historia, cuando leyendo de nuevo, con cierta nostalgia, los relatos de los viajeros extranjeros en el siglo XIX, o las rumbosas descripciones de las fiestas de la Cofradía de la Virgen de los Ángeles, en el Cartago socarrón e hipócrita de la Colonia, y vemos cómo escenificaban, como inicio de sarao, lo que ahora sus herederos ensayaban como si fuera una comedia, o una Opera China de la que nadie entiende anda, solo la intriga siniestra, con los actores haciendo gorgoritos para un público que aplaude hasta el delirio.

Si tomamos muy en serio estas cosas podríamos enfermar de la mente y perder la diferenciación entre cerebro y corazón, como dice la letra de una canción romántica. Es tal el efecto de la esfumación, que bien puede convertirse en una alucinación retórica, con insumos de marcha extranjera, ya lo dijimos, y olvido de las concretas melodías de lo criollo, tan certeras en describir a los traidores, los siervos menguados, los pitucos subidos a la tribuna, robando cámara, mientras alguien manda callar a la orquesta cuando interpreta melodías “musicalmente incorrectas”.

Algo se les fue de las manos a todos estos oficiosos señores. La cámara fotográfica expone a las imágenes a un proceso de alteración final, que no ocurre adentro del aparato, sino en la mente y el espíritu de los retratados, que generalmente exponen su fastidio, y malhumor, con muecas extrañas, o buscan desaparecer de los actos oficiales, irrelevantes, para no ser objeto de interés periodístico negativo.

La historia de estas fiestas cívicas ha sufrido transformaciones asombrosas. Si usted lo observa, con cuidado, han desaparecido, se desvanecen, los símbolos patrios que antes se usaban como signo de pertenencia.

La globalización ha sido tan poderosa que el país se ha integrado a la nada universal, convertido ya en colonia corporativa de las compañías transnacionales y la bandera nacional se expresa en los anuncios del libre mercado, en vallas y en cuanto lugar quede libre para ponerlos, todo concertado a ritmo de reggeatón o en los movimientos sincopados de jugosas pechugonas.

Solo nos queda esperar, convenientemente activos, el último acto de esa Opera China, el cual es trágico casi siempre. Siendo una leyenda, un mito, una obre ficcional, el sustrato de realidad es tan profundo que bien la hace parecer parte del realismo mágico o de una elegía siniestra, apenas necesaria para esperar “El Año de la Peste”, política, que es lo más inmediato de aguardar en este juego de marionetas.



Fuente: La Prensa Libre


Foto: Netcom.es

*El énfasis es nuestro



1 Comentário:

Unknown dijo...

CONFESIÓN ANTE LA PATRIA.


Ha llegado setiembre y muchos sentimos el corazón henchido de fervor patrio. Ventanas adornadas con banderas y escudos de Costa Rica.

Como es costumbre en nosotros los viejos, de pronto, he querido rememorar parte de esos sentimientos.

Recuerdo mi experiencia de años escolares y colegiales y me veo participando en los desfiles...¿ y por qué?, ¿cuál era mi motivación?: una obligación. ¡Claro!, si hubiese tenido el dinero necesario, habría participado con la alegría de lucir un vestuario diferente.

Luego, soy madre. En la escuela o colegio se libraban verdaderas batallas para que los hijos no fueran del “montón”.

Deben pertenecer a las bastoneras; al grupo de bailes típicos o a la banda. Y aún aquellos padres que se declaraban en “bancarrota” cuando había que comprar un libro, hacen posible que sus hijos participen en los grupos especiales; aunque para ello deban hacer rifas en el barrio.

Hoy, ya no tengo hijos en edad escolar y, observo no los desfiles del 15 de Setiembre, sino a las personas que participan en ellos.
Contemplo jóvenes y niños lujosamente ataviados; sus padres con el rostro compungido fotografían esos momentos y aplauden ardorosamente.

Escucho a las personas comentar acerca de cuál centro educativo contaba con bastoneras más lindas; cuáles bandas tenían muchachos más guapos; en fin, quiénes se habían lucido de la mejor manera.

Finalmente, llega el momento crucial: se escuchan las notas del Himno Nacional, La Patriótica Costarricense, el Himno al 15 de Setiembre; pero casi nadie canta, excepto algunos de los que están en la tarima.

Entonces me pregunto, estas fiestas reflejan el AMOR PATRIO o es más bien el amor maternal; ¿acaso asistimos con el mismo ánimo con el que vamos al tope o al carnaval?

Todos los que asistimos a la celebración, ¿estaremos dispuestos a dar nuestra vida por la Patria, acaso podremos defender su ambiente, su soberanía, su libertad, su dignidad...?

Y no sé porqué, me sentí como esos hijos que tiene a su madre olvidada durante todo el año, pero que el 15 de agosto le llevan serenata.

Hoy Patria, te ruego me perdones porque muchos costarricenses hemos sido patrioteros y no verdaderos PATRIOTAS.

 

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