Cuando el personaje de El Mercader de Venecia quiere cobrarle al señorito arruinado su libra de carne, y quería que se la extrajeran del pecho, cómo habían convenido, para ser exactos, Shakespeare no estaba hablando de una pesadilla extraña que corrió a escribir una madrugada fría. Hoy más que nunca podemos ver cómo todo tiene una precio: mi amor por ti, mi amor por el mundo, mi posición política, mi educación, mi salud y hasta la carne, hasta los riñones, los huesos, el corazón, los ojos, la sangre, los cartílagos, el semen, los óvulos.
Todas las vísceras y secreciones y cavidades que nos conforman y que alimentamos con más que posibilidad, voluntad y oxígeno mientras estamos vivos, son ahora tasadas con precio como en la carnicería. Perdón, no suelo expresarme así cuando escribo pero no me queda más que decir “mae qué es este horror” ¿Dónde están los límites y la educación de valores en esta ariasland? ¿A dónde nos manifestamos los que decimos que no todo tiene un precio, que no todo es parte de lo que se vende en la pulpería de los avariciosos?
Ya sé que es el maldito materialismo que nos corrompe y nos vuelve peones de una batalla perdida para nosotros y ganada para el señor don Dinero. Pero hoy no quiero racionalizar con la polarización de esta fuerza crecida en medio de un imperio que hace rato perdió su carácter, su identidad como pueblo, y su libertad como humanidad. Es en ese desierto de valores personales y vitales que encuentra su clima ideal el libre mercado.
Negociarán con todo lo que ya antes fue vaciado de sí (enajenado) y convencido de que tiene precio y no valor. ¿O es que para ellos ya no hay diferencia entre lo que tiene valor y tiene precio? Si sumo mi corazón, mis riñones, mis ojos, mi hígado, mis huesos ¿cuánto valgo para el Estado costarricense?, ¿tengo entonces ahora que pagar seguro por cada una de mis partes y cuánto, si estoy viva y cuanto, si estoy muerta? ¿Van a correr (libremente o engañadamente) todos los necesitados hasta matarse? ¿porque no? para venderse en pedacitos mientras que el Estado se lava las manos porque todo será legal? Porque en este caso los pollos de las granjas somos nosotros.
Yo no he dado permiso de que se incluyan mis partes como negociables en ningún contrato. Mis partes que son las partes de todos, y que algunos donan, que otros roban y saquean y otros con sonrisa perfecta, quieren incluir en sus bienes, todo muy legal, a cambio de consumo brutal (maquilas de órganos como La Guacamaya, tienda de repuestos usados, para los autos).
Ni semillas ni corazones, ni agua ni aire.
Es mejor que estos mercaderes soliciten realmente lo que les falta, quizá encuentren donadores: alma y libertad, y eso, aunque ya hay gente que ha querido pesar el alma e incluirla con la posesión de sus siervos o apropiarse de algunas por deseo, como también de corazones, no tiene precio alguno.
¿Cuánto vale su corazón?
Fuente notlc.com
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