Chavela Vargas: la mujer detrás del mito

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Por Dr. Rogelio Arce Barrantes


“…estoy en el rincón de una cantina…”, jamás olvidaré esa noche en una cantina del Distrito Federal, escuché esa voz ronca e inconfundible de una mujer muy mujer cuyo único pecado fue amar, y decirlo sin tapujos.

Esa noche, al son de unas tristes guitarras, escuché por vez primera en mi vida a Chavela Vargas en una cantina, y supe quién era porque me lo dijo un señor mexicano que me acompañaba y que sabía que yo era tico: “Oiga, esa mujer es paisana suya”, me dijo de pronto y no supe qué responderle, yo era muy joven y verdaderamente nada sabía de Chavela.

Ella, en un deslave de alcohol había ido tirando su amor a manos llenas por todo lado y entre copa y copa había dejado muy atrás su juventud. Pasaba ya los cincuenta años, en ese entonces no lo supe, no me importó, solo quise escucharla y nada más. Cuando se es joven no se tiene curiosidad por las vidas y leyendas de las personas mayores, menos si se vive en un lugar como México, donde los artistas buenos se dan a montones. Aquella noche quedó eternizada en mi memoria de muchacho campesino que se asomaba al mundo enorme y disperso del espectáculo de la gran ciudad. Pocos meses después me enteré por un paisano que aquella mujer era herediana, que se había venido a México huyendo de las mezquindades de la Costa Rica pueblerina donde le tocó nacer.

No volví a interesarme en la dueña de esa “voz etilizante”, como le llamara alguna vez una amiga mía, escucharla no me interesó porque simplemente yo creía que se había muerto de esas parrandas enormes, por ahí en algún cuarto de pensión debe haber quedado perdido un disco de 33 rpm que me regalara un compañero de la universidad y que por no tener donde escucharlo, se debe haber quedado colgado en alguna pared, ¿o alguien lo estará escuchando esta noche de luna?

Muchos años mas tarde, quizá veinte (y a propósito: dice el tango que veinte años no es nada) me topé de frente con ese fenómeno mexicano injertado en el corazón de España. Chavela Vargas había resucitado de entre los muertos en vida y había no solo salido del alcoholismo sino del anonimato, era venerada en los escenarios europeos como la gran Musa de México. La habíamos perdido los costarricenses para siempre, ya no era solo mexicana, ya era hija dilecta de España y de Francia, Almodóvar la consideraba su mejor chica, algo más allá de una chica Almodóvar, y Joaquín Sabina le cantaba una canción y de pronto la macorina era una extranjera más para nosotros los de acá, los que nos quedamos, los que nunca entendimos por qué se había marchado. ¿Quién era esa mujer que ahora les cantaba a los Reyes de España?

En ese frenesí que por supuesto no se vivió en nuestro medio, sino en los escenarios europeos y mexicanos, empecé a tratar de saber quién era realmente la dueña de esa ronca voz que escuché diciendo: “…estoy en el rincón de una cantina…”, habían pasado muchos años desde que la escuchara por vez primera, ahora quería saber no solo quién era sino por qué no sabía yo nada de ella.

Indagué como una especie de detective sobre su pasado, pero de pronto me enteré de que no tenía pasado aquí en su tierra, de que no se le reconocía como costarricense notable, como una voz privilegiada, era como si no hubiera vivido aquí, que se hubiera perdido al nacer, que se la hubieran llevado fuera y lejos de su hogar.

Quiso echar de nuevo su tienda entre nosotros, pero el olvido de sus paisanos le dolió más que la pérdida de tantos amores que hubo en su vida, no se le reconocía como nuestra, era una extranjera en medio de su gente. Una mujer que amó intensamente, de manera diferente, que nunca negó su homosexualidad, que pagó con intereses su manera de amar, no podría vivir entre sus gentes, se volvió a ir hacia su verdadera patria, ese México lindo y querido, ese que le dio la mano tantas veces, que la vio caer desde el pedestal de la fama de los años cincuentas por los escalones del alcohol hasta quedar perdida en un cuartucho en casa de su ex empleada, viviendo de los favores de una mano amiga, se despertó de un sueño de alcohol y regresó al mundo de la música, o como le cantaría su amigo Sabina: “…se escapó de una cárcel de amor, de un delirio de alcohol y mil noches en vela…, ay, quién pudiera reír como llora Chavela”.

Ahora que ya llegó a los noventa años ella seguirá allá en Morelos rumiando su extrañamiento o su ostracismo, aunque ese alter ego que le ayudó a triunfar no la deja admitirlo, pero nada es más doloroso que esa sensación de extrañamiento que se vive en suelo ajeno, aunque estemos rodeados de aquellos que nos aman.

Las generaciones venideras no sabrán quién fue esta mujer que tanto amó, esta voz ronca que se dedicó a cantarle odas al amor, que sufrió porque nació para sufrir, que vivió fuera de su patria para poder vivir. Ojalá no hagamos a más nadie sentir mal por sus preferencias afectivas, para que no le condenemos al ostracismo hipócrita de una sociedad que se empeña en herir donde más duele, o como dijera Amado Nervo: “sociedad mojigata y descreída, Safo de Sor Teresa disfrazada, adúltera que audaz alzas el dedo, ya ni borracho respetarte puedo“, fuertes pero reales las palabras del poeta.

Chavela Vargas ya es un mito, de eso no hay duda, ¿pero qué hay de la mujer detrás del mito?

Chavela, quizá jamás leas estas letras, pero aquí hay paisanos tuyos que te queremos y te admiramos, como cantante, pero ante todo como persona.


Fuente La Prensa Libre





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