VIII
EL RECUERDO MÁS SENTIDO
El largo viaje -duró hasta el amanecer- me permitió conocer más a fondo la psicología de los vietnamitas. Al acercarnos a otro río más, cambió, de pronto, la rutina de las prioridades. Me dijeron que debíamos bajarnos del "jeep" y todos -menos Soang, el compañero de la seguridad- echamos a andar alejándonos por unos potreros enmontados. A pesar de mi curiosidad no quise preguntar nada. La noche, por suerte, estaba clara, con una luna menguante que se asomaba entre jirones de nubes. La caminata fue bien larga, y la razón de todo aquello, inquietante.
Por fin llegamos a un lugar que deben haber considerado conveniente (se divisaba una tapia). Y allí, bajo un enorme arbolón, nos sentamos en el suelo arrecostados contra la tapia. Corrió el tiempo. Estábamos callados, hasta que Au me pidió que les contara "mi recuerdo más sentido".
Esta era una campaña nacional, iniciada no hacía mucho, que originó millares de relatos, algunos notables, de gentes de todo el país y de distintos oficios, edades y experiencias. Campaña que tenía un gran contenido unificador y movilizador- en el fondo profundamente político- y que vino a suplir el papel de la literatura -novelas y cuentos- de más lenta producción y menos masiva difusión, pues aquellos 'recuerdos más sentidos' los divulgaba la prensa y la radio y servían para estrechar los lazos de unos con otros, formando una inmensa y única familia.
Fue a raíz de dicha campaña que Au me hizo su petición. Le acepté, les conté alguna aventura mía, y, al final, les pedí que ahora contarán ellos sus 'recuerdos más sentidos'.
Au no se hizo de rogar y comenzó:
-Yo tenía entonces 21 años. Estaba en las guerrillas contra los franceses. Ella era también guerrillera, de otro destacamento. Yo no la conocía. En una operación del enemigo, que no iba dirigida contra nuestros dos grupos sino contra otro mayor, nos dieron la orden de dispersarnos y escondernos como pudiéramos. Era de noche. En un bosque muy espeso. Allí me la encontré. Estábamos los dos solos en un matorral. Ella tenía miedo y sentó en el suelo muy cerca de mí. -¿No te da rubor sentarte tan cerca?-le pregunté. -No.-me dijo. -Me daría si hubiera algo entre nosotros, pero así no.- -¿Y que tendría que haber entre nosotros para que te diera rubor? -Tendríamos que estar enamorados -me dijo.
Au lo contaba mirando el suelo. En ese momento hizo una pausa larga. Todos esperábamos el final. Por fin continuó:
-En aquel bosque pasamos escondidos dos días. Y eso dos días no los puedo olvidar.
Durante un rato sólo se oyó el croar de las ranas y el retumbo de las explosiones distantes.
-¿Y que fue de ella? -le pregunté.
-Murió combatiendo una semana después-
Nos quedamos todos callados.
-¿Tu eres casado Au? - le pregunté al cabo de un rato
-No
-¿Y qué edad tienes?
-Treinta y tres.
-¡Ah!
Una brisa fresca, con olor a yodo y algas marinas, hizo susurrar las hojas del arbolón. Y, de pronto, sin que se lo pidiéramos, Trou quiso contar también su historia.
-Los prejuicios feudales -comenzó- eran tan fuertes entre nosotros que durante un año fui con una muchacha al parque todos los domingos, sin atreverme nunca a decirle que la quería. Una tarde de verano, muy calurosa, estábamos sentados en una banca y de pronto ella reclinó su cabeza en mi hombro. La miré y vi que tenía las mejillas y la frente muy coloradas. -¿Qué te pasa?-. -No sé- me dijo-. Tal vez pesqué una insolación-. Yo fui y mojé mi pañuelo en el lago y le rocié la cara. Y así se le pasó. Días después de eso me movilizaron y estuve en el ejército tres años. Muy lejos de mi provincia. Cuando al fin derrotamos a los franceses volví a casa y un día me la encontré. Se había casado y tenía un hijo. Y al contármelo agregó: -Si aquel día en el parque no te hubieras equivocado, creyendo que lo que yo tenía era una insolación, tal vez este hijo sería tuyo-. Después nos despedimos. Vivía en otra aldea. No la he vuelto a ver.
Cuando Trou terminó los demás se rieron. El estaba sentado al lado mío y sentí que respiraba hondo. Yo había escuchado dos de los 'recuerdos más sentidos'. Y eran como jamás hubiera podido imaginármelos. Tiernos, sentimentales. Pero, además, con toda la carga dramática de la guerra en sus entretelas.
Volvimos a quedar en silencio. Seguían croando las ranas, pero ya habían cesado las explosiones. Y yo me quedé pensando en lo terriblemente fría, impersonal y lejana que resulta una guerra que sólo se conoce a través de las informaciones de los cables y los comunicados oficiales. ¡Y cómo detrás de cada escueto comunicado de ésos había millones de seres humanos con su tesoro de sueños, de ideales, de nostalgias!
¿Con qué derecho el imperialismo ha venido aquí a asesinar, a destruir, a incendiar? ¡No se merece acaso el odio del mundo, aunque sólo fuera por haber venido a destrozar los sueños de Au, Trou, de Flor de Oro y de Clara Luna.
Tomado de " VIETNAM Crónicas de Guerra" de Joaquín Gutiérrez Mangel
Foto: Guerrilleras del Frente Nacional de Liberación de Vietnam
El derecho de vivir en paz - Víctor Jara
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