24 de marzo de 1980
San Salvador
La ofrenda
Cada hijo del pueblo atormentado por los poderosos es el hijo de Dios crucificado; y en el pueblo Dios resucita después de cada crimen que los poderosos cometen. Monseñor Romero, Arzobispo de El Salvador, abremundo, rompemundo, nada tiene que ver ahora con aquel titubeante pastor de almas que los poderosos aplaudían. Ahora el pueblo interrumpe con ovaciones sus homilías que acusan al terrorismo de Estado.
Ayer, domingo, el arzobispo exhortó a los policías y a los soldados a desobedecer la orden de matar a sus hermanos campesinos. En nombre de Cristo, Romero dijo al pueblo salvadoreño: Levántate y anda.
Hoy, lunes, el asesino llega a la iglesia escoltado por dos patrullas policiales. Entra y espera, escondido detrás de una columna. Romero está celebrando misa.
Cuando abre los brazos y ofrece el pan y el vino, cuerpo y sangre del pueblo, el asesino aprieta el gatillo.
Eduardo Galeano,
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