Ocaso de un acoso

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Por Tatiana Lobo


En esta cultura individualista, en la que nadie arriesga nada por nadie, fue insólito y extraordinario el apoyo masivo que recibió Carlos Morales cuando fue despedido de la Universidad de Costa Rica por acoso sexual. Nunca se vio solidaridad igual.


Más de 100 personas encabezadas por Arnoldo Mora y Carlos Cortés enviaron una carta al Rector exigiendo su restitución
. Docentes y administrativos, hombres y también mujeres, lo defendieron desde las páginas de Opinión del Semanario Universidad, bajo el supuesto de que la joven demandante era un señuelo de la Rectoría para hacer caer en falta a su director y así tener un pretexto para cerrar el periódico. Calco perfecto del mito bíblico: Eva y la serpiente. Y Adán en el heroico papel del perseguido político, según lo retrató el profesor Helio Gallardo: “ …izquierdoso en un país conservador, frontal y terco hasta la arrogancia en un medio que se representa a sí mismo como plato de babas”.

En su desesperación por exculpar al hombre el escritor José León Sánchez culpó al homínido: “Sucede que desde la época ya vieja, en que nuestra única madre era una negra en Africa, el acoso sexual es el arma que ha usado la naturaleza para perpetuar la especie”, escribió.


Con el mismo objetivo Miriam Bustos descargó la responsabilidad en las madres: ”Comenzó una época, en la vida del reino de la U , en que las madres se empecinaron en adornar los ombligos y otras zonas del cuerpo de sus chiquitas con aretes que en gran parte de los casos eran de oro”.


De julio a octubre 2002 al Semanario Universidad le brotó un salpullido misógino. Las palabras ”brujas” y “arpías” son amables metáforas comparadas a expresiones como “asquerosas rameras”, y otras que censuro como debió haberlas censurado, y no lo hizo, la directora a.i. del Semanario, Ana Incer. Tampoco el Rector Gabriel Macaya se atrevió a tomar decisiones y no hubo análisis.


Sin análisis no se pudo medir la calidad, forma y contenido de las injurias, lo que impidió la creación de un código ético para el periódico y también impidió la restauración de la dignidad universitaria mediante públicas disculpas.

La complicidad, tolerancia y evasión permitieron que un par de años después el suplemento Forja publicara un artículo titulado Paidófilo enamorado, con nuevos insultos para las y los lectores que reclamamos por la legitimación de la pedofilia en el medio académico.


Ahora, concedido el premio nacional a La rebelión de las avispas, se reproduce una situación parecida a la anterior, con la diferencia de que esta vez la misoginia es consagrada por el Estado puesto que se trata de un premio que se financia con las arcas públicas. Entretanto la popularidad de su autor ha disminuido notablemente, y el mismo Semanario ya no trae ni opiniones ni poemas, ni a favor ni en contra.

Se ha hecho un silencio vergonzante; dicen que el libro es de muy mala calidad literaria. Pero ¡cuidado! esta objeción es capciosa porque al enfatizar la mala calidad literaria se minimizan otras consideraciones que son mucho más urgentes y más graves, como las ofensas de lesa humanidad que contiene esta novela surgida del rencor.


En 2002 el conflicto no fue la libertad de opinión; en 2009 el problema no es de estética. Antes como ahora el gran tema es la responsabilidad social.




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