¿Un nuevo Washington o una nueva Costa Rica?

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Por Alvaro Montero Mejía

Difícilmente existe alguna persona sensata en el mundo, que no salude con algún grado de optimismo el triunfo electoral de Barack Obama. En ese sentido, escribí un pequeño documento denominado “Obama y el cambio”.

Aunque es casi seguro que presenciaremos en los próximos años cambios dramáticos en la política y economía mundiales, los Estados Unidos continuarán por mucho tiempo en el lugar preeminente que ocupan, como la mayor potencia económica y militar de nuestra época. Ningún político sensato en América Latina, puede ignorar esa realidad y desconocer la importancia que tienen las relaciones amplias, respetuosas y constructivas con ese gran país.

Pero no todo dependerá de nosotros. Gobierne quien gobierne, los Estados Unidos son una potencia cuyo carácter imperial la impulsa, por su propia naturaleza, a ejercer una acción agresiva y hegemónica en el mundo entero y en particular en Nuestra América, considerada por siempre como su patio trasero.

Frente a esta realidad no caben, ni la menor ingenuidad, ni la menor debilidad. Solo una altísima dosis de dignidad, de señorío, de autoestima y sentido del deber como pueblo pequeño pero soberano e independiente, haría posible mirarnos a la cara y hablar como iguales, los Estados Unidos y nosotros. Desgraciadamente, la visión de las relaciones entre nuestros estados, junto a las propuestas prácticas que se transcriben en el artículo de Ottón Solís, están expresadas en el lenguaje de los súbditos.

Para comenzar, expresa que el proceso electoral estadounidense, “abunda en lecciones”. Pues bien, los únicos que deben tomar lecciones son ellos mismos, los estadounidenses. Solo así lograrán corregir uno de los procesos menos participativos, más marrulleros, tramposos y complicados del mundo, construido sobre la base del dinero y su concepto de “Destino Manifiesto”.

Nosotros, las únicas lecciones que debemos tomar, son las que se desprenden de nuestra propia vida y experiencias. Porque los procesos sociales no se dan en el vacío sino que se insertan en las particularidades de cada pueblo. Ottón Solís conoce, como pocos, los tortuosos caminos de la política electoral costarricense. Conoce de principio a fin todas las malas artes del viejo bipartidismo y los mecanismos utilizados para hacer trampa sin hacerla.

Don Ottón ha recibido, en carne propia, lecciones amargas que debería tomar y examinar para proponer la reconstrucción de nuestra fracturada y maltrecha democracia y no sacar ejemplos de donde no debe. Todo su artículo tiene como fundamento lo que pueden hacer ellos, es decir, los políticos estadounidenses y no lo que debemos hacer nosotros. Es la vieja y sumisa tesis, de que si algo bueno ocurre en Costa Rica es porque algo bueno nos viene de afuera.

El lenguaje resulta incluso patético: “dentro del partido demócrata existen numerosos congresistas que desean ayudar...” “estos congresistas están convencidos...” “ellos han observado...” “estos congresistas quieren tratados que nos ayuden a crecer y a generar un desarrollo que impida el triunfo de regímenes populistas como el que, de acuerdo con algunos, casi surge en México hace tres años...” “Costa Rica debe establecer una alianza con los congresistas que desean eliminar algunos de los privilegios que el TLC otorga a las corporaciones...” los congresistas “desean establecer una relación entre el comercio y valores como...” etc.

En resumen, una larga letanía de lo que esos buenos congresistas quieren para nosotros. Ni una sola palabra de lo que nosotros queremos y debemos hacer por nosotros mismos. Es el reflejo de una determinada concepción del mundo.

La conclusión de Don Ottón es estremecedora: “A pesar de las diferencias que hemos tenido con el gobierno en esta materia, surge la oportunidad de unirnos para respaldar una posible renegociación...” “debemos tomarles la palabra al Presidente Electo y a numerosos congresistas...” estoy convencido... de que ha nacido un nuevo Washington”. De modo que ahora, ¡vaya descubrimiento!, el camino es la unidad con el Gobierno de los Arias.

La verdad sea dicha. Nadie tuvo en esta lucha contra el TLC, mejores oportunidades que Ottón Solís para frenarlo, para derrotarlo y entonces, a partir de una victoria patriótica, plantear una nueva negociación. Pero ahora ¿Renegociar qué? ¿No cayeron como una lápida las leyes complementarias? ¿Qué renegociación nos devolvería lo que ya nos quitaron?

Con un TLC derrotado, la contentera de don Ottón no sería porque “ha nacido un nuevo Washington” sino porque habría comenzado a nacer una nueva Costa Rica.



Fuente La Prensa Libre

Foto tomada de diagnosticotv.com


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