Por Juan Manuel Villasuso
Aunque la crisis financiera y económica que vive Estados Unidos, y que contamina al resto del mundo, todavía no ha repercutido con toda su intensidad en el sector real (producción, empleo, consumo, comercio e inversión), ya ofrece importantes lecciones sobre el funcionamiento de los mercados y la necesidad de regularlos. También permite afirmar que a Keynes y a Galbraith tenemos que darles la razón.
John Maynard Keynes (1883-1946), uno de los más prominentes pensadores económicos del último siglo, planteó la necesidad de regular el capitalismo y rechazó la idea de la autorregulación de los mercados. Su teoría se construyó a partir de la evidencia de que los mercados padecen disfunciones, y que para que se desempeñen adecuadamente y contribuyan al bienestar general es necesaria la intervención pública.
Keynes propuso, para enfrentar las crisis económicas, inyecciones masivas de liquidez por parte del Estado y recortes de las tasas de interés para impulsar la inversión. También aconsejó alentar la demanda mediante incrementos de la inversión pública y la redistribución de ingreso a las familias de menores recursos.
En su obra “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero” (1936), Keynes señaló que “los especuladores pueden no hacer daño como burbujas en una corriente estable de empresariedad. Pero la situación se pone seria cuando la empresariedad se torna una burbuja dentro de un remolino de especulación. Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en el subproducto de actividades de casino, es muy probable que las cosas resulten mal”.
Alan Greenspan, monetarista que dirigió el Banco de Reserva Federal de los Estados Unidos durante casi dos décadas, ha dado la razón a Keynes al reconocer recientemente su equivocación al pensar que las instituciones financieras cuidarían a sus accionistas. “Quienes consideramos, especialmente yo, que el interés de las instituciones de crédito es proteger el capital de sus accionistas, estamos muy sorprendidos por su comportamiento”, confesó hace poco ante la Cámara de Representantes de su país.
Por su parte, John Kenneth Galbraith (1908-2006), profesor de la Universidad de Harvard y asesor de los presidentes Roosevelt, Truman, Kennedy y Johnson, cuestionó el poder de las grandes corporaciones y de las tecnocracias que las dirigen, y desmitificó la idea del mercado como rector de la economía.
La obra de Galbraith revela la dinámica de los conglomerados empresariales y en particular de las tecnoestructuras. En su libro “El Nuevo Estado Industrial” (1967) planteó que los directivos y gerentes, los tecnócratas, consiguen no sólo emanciparse de la sociedad, sino nutrirse de ella; no responden ante nadie, y sus beneficios dependen de su propia voluntad.
Estos postulados keynesianos se han constatado durante la actual crisis, al ver las millonarias prebendas y premios que se adjudicaban los altos ejecutivos de las otrora afamadas Lehman Brothers, Bearn Sterns, AIG y Wachovia, al tiempo que las empresas quebraban y eran rematadas, para perjuicio de los accionistas y los clientes.
Los tecnócratas moldean a su gusto la voluntad de los consumidores por medio de la publicidad, imponen condiciones a los proveedores, manipulan a los pequeños inversionistas e influyen sobre los políticos y las autoridades gubernamentales que elaboran las políticas públicas. En verdad, concluye Galbraith, “la tecnoestructura se hace omnipotente”... y mucho de esto lo estamos viendo en Costa Rica.
Fuente Diario Extra
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