Por Anacristina Rossi
Esta columna va sin ironía ni doble sentido de ningún tipo. Es para Raquel.
Eso me dijeron, que se llama Raquel. Si su nombre es otro, que me disculpe. No tengo otra manera de llamarla.
La historia es así. Fue durante los tres escasos días del veranillo de San Juan. Me bajé del bus en la Cocacola y caminé apresurada a la Avenida Central. Iba tarde y además por dentro me carcomía una preocupación. Por fuera seguro me veía ceñuda, con la frente arrugada, los labios fruncidos.
Al empezar la zona de peatones vi un grupo de gente. Me asomé. Una persona alta, joven, de cuerpo delgado y fibroso –Raquel- en jeans, miniseta y tacones, se presentó como travesti. Su voz era profunda y sus ojos grandes y llenos de luz. A su lado había tres perritas zaguates vestidas con enaguas de vuelos alrededor de la cintura y minisetas de punto. Al verlas sentí que mi ceño se distendía, mis labios se relajaban y a toda mi cara asomaba una enorme sonrisa. Mi preocupación se alejó. Raquel dijo que ella y sus tres hijitas querían darnos un momento de alegría. Empezó su espectáculo.
Explicó que la perrita ya estaba muy vieja y que le daban ataques. Acto seguido la perrita se desmayó en sus brazos. Raquel exclamó “¡Ay, parece que se va a morir!” Entonces la perrita se hizo la muerta, totalmente desmadejada, y Raquel la agarró de las patas con suavidad y la meció como si fuera un trapo. Enseguida, siguiendo la orden de su mamá la perrita despertó, se volvió al público y nos hizo una reverencia.
Raquel llamó a la segunda. Cuando se apeó del cochecito, Raquel le dijo que andaba la enagua muy chinga. La perrita se sacudió la cintura y la enagua bajó. Raquel explicó que era una zaguatita muy devota. Le pidió que se hincara, la perrita se hincó y juntó las manitas para enseñarnos como rezaba por los curas “locas”, por el día de las madres travestis, por las madres solas, por los perros abandonados, por los seres indefensos.
Cuando el espectáculo terminó, todos los que estábamos ahí nos reíamos y teníamos el corazón lleno de ternura. Raquel pasó el sombrero pidiendo ayuda para darles de comer a los veintitrés perros recogidos que vivían en su casa y todos le dimos, risueños, como transfigurados. La gracia y la inteligencia de Raquel y sus perritas, su vitalidad ante lo adverso, su humor, su bondad, nos habían tocado el alma.
No sé cómo será el resto de la vida de Raquel ni me interesa. Sólo sé que esa tarde su alma hermosa nos iluminó. Y si el alma de Raquel es buena y hermosa, su cuerpo participa de esas cualidades. Porque nada divide el alma del cuerpo: el cuerpo es la parte visible del alma, el alma la parte invisible del cuerpo.
Admirar y respetar a Raquel pasa por romper prejuicios y aceptarla entera con sus opciones de género, de sexo, de vida, además de aceptar la alegría, el optimismo, la bondad que nos da.
Fuente DiarioExtra.com
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