Por José Calvo
Mi esposa, que hace campaña contra el Central American Free Trade AGREEMENT sin ninguna perversidad memorándica, está muy decepcionada con una familia amiga que va por el SÍ unánimemente. La madre que es una magnífica persona dispuesta siempre a ayudar, está firmemente convencida de que por los empleos de sus hijos en empresas privadas dispondrán de un mejor seguro médico en el CIMA.
El padre, que es un obrero de maquila, está en contra de “esos sindicalistas vagabundos”, y los hijos, que trabajan para compañías extranjeras, resienten tener que pagar también las cuotas de la Caja, de modo que ni siquiera han visto las películas que les dimos sobre la globalización, pues las juzgan difamatorias de esas dignas empresas que procuran el bien común.
Yo pienso que aquí tenemos un problema de ignorancia y falta de solidaridad, pues ¿cuál posición laboral hubiera tenido el papá si no hubiera sido por las reivindicaciones que le debe al movimiento sindical? ¿Cómo puede alguien, no digamos estar agradecido, sino no reconocer siquiera la ayuda del seguro que asistió el parto de todos sus hijos y los curó durante todo su desarrollo, con una cuota muy inferior a su costo, que otros cubrimos y ahora ellos no quieren cubrir para los demás.
¿Cómo no pueden reconocer la contribución de la escuela pública que les pagamos todos, donde también hicieron la carrera vocacional que les permite emplearse en esas empresas, y criar una familia cuyos hijos irán a la escuela privada aunque esta sea un engaño. Y, ¿cómo no reconocer que la misma maquila donde trabaja el papá es subsidiada por el pueblo costarricense con toda clase de excepciones tributarias contrarias a la libertad del comercio? Además de tener un carácter ominoso de sweat shop.
El problema es también de lealtad al partido que gobierna con la intención de destruir todo eso como exige el Consenso de Washington, y al que siguen invariablemente aunque los lleve para el infierno. Y esto hay que considerarlo, porque el caudillismo es todavía un mal en la cuarta parte de nuestra sociedad que eligió ese gobierno; si de verdad lo eligió.
Yo pienso que sería bueno escribir un librito sobre la historia sindical para que la gente trabajadora (el proletariado) comprendiera lo que le debe. Podría empezar contando cómo la revolución industrial obligaba a las madres y a los niños a jornadas abusivas con tiempo de descanso sólo para bajar al río a echarle agua a la avena del almuerzo.
Podría contar cómo el marxismo y las encíclicas papales sobre los trabajadores nacieron como reacción a estos abusos. Podría contar cómo las mismas garantías sociales se debieron a una maniobra de Bismark para desarticular la agenda social demócrata. Podría incluir referencias al 1919 de John Dos Pasos, y a la carrera de Clarence Darrow como defensor de los asediados sindicalistas americanos.
Podría contar cómo el desvío de la fortuna de John D. Rockefeller hacia la filantropía se debió a una estrategia necesaria, después de la masacre de los trabajadores de sus minas en Colorado por los Pinkertons; una policía privada de rompehuelgas, muy solicitada por las empresas americanas de la época anterior al New Deal.
Podría contar cómo se explotó sin misericordia a las masas de inmigrantes europeos. Tal vez se les podría mostrar Los Tiempos Modernos, de Chaplin. Podría contar cómo la severidad militar de mister Churchill evitó que los obreros ingleses tumbaran al gobierno de su majestad.
Podría contar cómo los obreros de la dictadura alemana de Hitler estaban mucho mejor cuidados que los de la democracia inglesa que fueron sin embargo sus “ratas del desierto”. Podría contar cómo trató Truman a John S. Lewis por su atrevimiento anti patriótico de declarar una huelga del carbón durante la guerra, una época en que las empresas americanas que no les querían aumentar el sueldo a sus trabajadores, hacían clavos de oro con los contratos militares, al mismo tiempo que exigían el sacrificio de los demás.
Podría comentar el libro de Milton Friedman, argumentando que el sindicalismo no había hecho nada que de todos modos los empresarios no hubieran estado dispuestos a conceder a los trabajadores, y cómo ese argumento falaz forma parte del credo neoliberal, siendo la realidad que los trabajadores no tendrían ninguna de sus reivindicaciones (ni las empresas su mercado), sin los sacrificios del sindicato.
Podría contar la historia de Jimmy Hoffa, The Enemy Within de Bobby Kennedy —a quien no le valió su divisa de Ilegitmi non carborundum, porque lo molieron en un molino de martillos—, y mostrar que su alianza con la mafia fue necesaria ante la persecución patronal y gubernamental. Podría dejarlos pensando en lo que va a pasar cuando la globalización off-shorice la manufactura a China destruyendo el sindicalismo de los países ricos.
Y de paso podría contar cómo sin el sindicalismo no hubiera sido posible la reforma social de Costa Rica, que prevaleció por encima de la revolución para honor de don Pepe. Si uno no puede ser agradecido, por lo menos debería ser honrado y reconocer los beneficios que otros le dieron, pues sin duda el sindicalismo tiene defectos, pero esos no deberían impedirnos el reconocimiento de sus méritos, o de su necesidad.
Y, ¿por qué le vamos a escatimar a don Albino su salario, si de verdad se gana un millón de colones?. En un país donde eso es ya un sueldo corriente entre profesionales, y entre los neoliberales son comunes los de 7,000 dólares o los 100 dólares por hora, aunque los descamisados ganan solo salario mínimo, y gracias a las luchas sindicales.— ¿Es que no merece el millón sólo por ser uno de nuestra clase? ¿No ganan más Kevin y Sánchez por conspirar contra el pueblo? Y mucho más el otro, fomentando la agenda de las transnacionales, aunque haga demagogia regalando el salario que nosotros le pagamos y que él se aumentó para hacer el regalo más grande.
El libro debería contar claramente del efecto desastroso que la off-shorización empresarial americana y europea ha tenido sobre sus obreros y su organización sindical, que juzgan así destruida. Y especular un poco sobre lo que tiene que pasar con la clase trabajadora “global” una vez que todas las manufacturas se trasladen al Tercer Mundo aunque el primero conserve los royalties de la propiedad intelectual, y una vez que los obreros del tercer mundo empiecen a reclamar sus derechos, como es inevitable que ocurra.
La explotación revitalizará entonces al movimiento sindical inevitablemente. Pero la reacción puede venir antes, si consideramos que no hay consumo sin empleo, por muy barato que se produzca, o que producen solo para la clase adinerada, sin goteo. Amén de que tampoco los empresarios gringos le pasan el beneficio a sus consumidores. Este es uno de “los tendones de Aquiles” del mercado global; el de don Oscar es sólo como un heraldo; un mal agüero.
Y podría tratarse en el libro el fenómeno del solidarismo. Viendo hasta dónde no se trata de una conspiración patronal para despedazar al movimiento sindical que consiguió la situación actual a los trabajadores, incluyendo los solidaristas.
Colateralmente, se podría especular allí lo que le va a pasar a la medicina social una vez que desaparezca la solidaridad que tanto molesta ahora a los obreros de las empresas que tienen seguros grupales en el CIMA. Y de repente se puede también especular sobre lo que pasará a la sociedad entera con la estratificación escolar según el pago. Y lo que le pasará cuando las telecomunicaciones de los pobres son sean subsidiadas por los ricos.
Un paradigma que valga para algo tiene que prever las consecuencias de su aplicación, y el actual no las prevé: ni en el beneficio común que demanda compartir la riqueza, ni en las consecuencias sociales del ataque a la solidaridad, ni en las consecuencias ambientales de un crecimiento sostenido.
Este librito sería un magnífico texto escolar, aunque subterráneo, porque no lo permitiría el MEP, controlado por la aristocracia privatizadora mientras no despierte el espíritu sindicalista de los maestros; o su civismo.
Pero para escribir este librito sí se necesita un conocimiento que no tienen los doctores neoliberales que escriben perversas estupideces en sus agachados memorandos.
Fuente Tribuna Democrática
El énfasis es nuestro
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