Hagamos respetar nuestra dignidad humana

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Por Monseñor Ignacio Trejos
Obispo Emérito de San Isidro de El General

Si queremos, y nos proponemos, podemos hacernos disponibles al Espíritu Divino. Así Él nos ilumina, inspira, anima y fortalece, para que hagamos de Cristo una experiencia vital. Vale decir, para que Él sea Camino, Verdad y Vida en nuestras personas, familias y comunidades.

De eso se trata y será siempre una difícil tarea.

Como Iglesia, de la que todos los bautizados formamos parte, bajo la guía de ese Espíritu Santo, la sentiremos presente en nosotros para conducirnos dando testimonio de la verdad inconfundible, que nos hace libres al servicio de nuestros hermanos, como Cristo lo ha hecho y lo sigue haciendo por medio de la misma.

Esa es la misión eclesial permanente en la amplitud de la tierra y en el correr de los siglos. La Iglesia, consciente de los cambios que se dan en el tiempo, y de manera profunda y más sentida en nuestros días, como Madre y Maestra, se dispone a responder a las inquietudes y anhelos de progreso del género humano.

Y como tal señala su Magisterio, que la pujanza económica debe correr pareja con el acontecer intelectual, moral, espiritual y religioso del hombre en sus respectivas culturas. La finalidad del desarrollo, pues, no será nunca el lucro ni el poder de unas pocas personas o grupos de poder, que de modo antojadizo pretendan hacernos víctimas de alguna de las grandes potencias.

Lejos de ello, es preciso, que nuestros gobernantes, con amplísima visión comunitaria y por tanto humanitaria, estimulen las iniciativas de individuos y comunidades, a fin de que el desarrollo se haga posible en la forma más colectiva y eficaz.

El desarrollo jamás se promueve a base de mentiras, de miedo, de imposiciones y de opresión, como agentes de injusticia, que tienen su origen en el más marcado egoísmo, con sus fatales consecuencias.

Como siempre, nuestra Iglesia, lejos de amoldarse a las corrientes malsanas y estructuras de desigualdad, a imitación de su Divino Fundador, predica la verdad, propicia la justicia y equidad y denuncia toda clase de injusticias, de la manera más oportuna y adecuada.

Es entonces, su misión indicar a las autoridades públicas que el desarrollo humano no solo debe asegurar la formación técnica y profesional de las jóvenes generaciones, así como propiciar la creación de empleos suficientes, sino que fundamentalmente ese desarrollo debe garantizar a las comunidades la dignidad de las personas, su subsistencia, la seguridad social, esta última dirigida con especial atención hacia aquellos más afectados por su salud, su edad o su vulnerabilidad social y económica. El desarrollo no es más que la búsqueda del bien común para que nuestros pueblos pasen de situaciones menos humanas a situaciones más humanas. Nunca a la inversa.

De muy poco sirven a nuestro pueblo las peroratas elogiosas y costosas propagandas a favor de nuestras instituciones públicas. Son éstas las que deben recomendarse por ellas mismas. ¿Para qué ponderar nuestro sistema de salud, por ejemplo, si en realidad nuestros centros de salud carecen de medicinas y ordenan postergar a meses plazo, citas referidas con urgencia? Lo que nuestras gentes alegan, reclaman y se organizan para lograrlo, es el respeto que se merecen, en la medida de su dignidad y responsabilidad. ¿Para qué tanta publicidad?

El malhadado, desafortunado y reciente publicado “memorando” entre nuestras máximas autoridades, ha aclarado todas nuestras sospechas. Les retrata de cuerpo entero a sus autores: ¡Ciegos y guías de ciegos, sepulcros blanqueados! ¿Para eso querían la re-elección? ¿En eso gastan su “sabiduría”? ¿Es ésa la recomendada tolerancia gubernamental que recetan a nuestras buenas gentes y el pago que le dan por sus votos?

No tenemos ningún reparo en denunciar ante todos los costarricenses, este pavoroso pecado social. Al respecto señala nuestro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en su artículo 119: “Las acciones y las posturas opuestas a la voluntad de Dios y al bien del prójimo y las estructuras que éstas generan, parecen ser hoy, sobre todo, dos: « el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad. A cada una de estas actitudes podría añadirse, para caracterizarlas aún mejor, la expresión: “a cualquier precio” ». (Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 37: AAS 80 (1988) 563)”

Pido al cielo y hago lo propio, para que en el ya cercano referendo, reciban, con todos sus compinches, su merecido rechazo: El NO cierto y rotundo, aplastante de tanto atropello y de tan inimaginable vejación.


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