De la sedición

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Por José Calvo

Ahora resulta que quien rompe el orden institucional es quien reacciona ante los abusos que hacen de este los encargados de administrarlo. La culpable es Caperucita por llamar al leñador en su auxilio. ¡Y hay que ver las exclamaciones de indignación y santimonia de los defensores del orden institucional a cualquier precio! Son de hecho una eficaz complicidad.

Uno puede entender que a un funcionario público o a un candidato presidencial no le convenga desaprobar públicamente la conducta de los poderes, pero en cambio en un líder sindical o un verdadero representante popular la conveniencia está más bien en defender al pueblo de las imposiciones de los poderosos; y muy especialmente cuando para imponerse violan la ley que están encargados de custodiar. El que quiebra la institucionalidad no es el pueblo que protesta por la violación de la legalidad, sino el funcionario que la viola.

No creo que la república haya tenido nunca una división tan profunda como la de ahora con ese maldito TLC. Porque durante la amenaza del filibusterismo (el anterior) el pueblo no tenía el grado de instrucción y entendimiento de los problemas que tiene ahora, y confiaba en un líder patriótico y valiente: él iba con las tropas.

Y en el 48 el problema no era realmente el cambio por las Garantías Sociales, sino la arbitrariedad, los cinchazos, y el fraude electoral; aunque la arbitrariedad bien puede ser la causa del actual malestar, pues es un hecho que este TLC ha sido impuesto al pueblo por una élite millonaria, sin que pudiéramos opinar ni participar. ¿Cómo vamos a tolerar eso?

En el gobierno de Rodríguez hubo un proyecto de Ley de Vigilancia de las Negociaciones Comerciales que provocó la repulsión inmediata de ese grupito prepotente, quienes alegaron que esas negociaciones eran constitucionalmente la atribución exclusiva del poder ejecutivo: es decir, la de ellos.

Y para que se vea cuánto vale nuestra institucionalidad, el citado proyecto se dictaminó en Comisión con unas cláusulas convenidas con los diputados del PUSC Belisario Solano y Vargas Pagán garantizando algo de nuestra participación, como que no se le quitaran los aranceles a los alimentos americanos excedentarios subsidiados, ni se aumentara el periodo de protección de las patentes sin la anuencia de los afectados.

Pero en el plenario el proyecto se presentó a votación sin esas garantía, que eliminaron despóticamente, con la labor de zapa de don Oscar Arias, quien ordenó a los dos diputados liberacionistas autores del proyecto abstenerse de defenderlo, responsabilidad que le tocó únicamente a Guido Vargas del PALA, a quien no respetaron. Toda la negociación posterior se hizo entonces a espaldas del pueblo, que ni siquiera pudo introducir un cambio en la ley para ponerle dientes, porque se los eliminaron ILEGALMENTE. ¡En algún momento hay que despertarse!

Si la institucionalidad no se rompe cuando se nos niega participar en negociaciones comerciales que son una reforma institucional. Y tampoco se rompe cuando un multimillonario elitista acude una y otra vez a la Sala IV para que declaren inconstitucional la ley que le impide a él, y solo a él, la reelección hasta que logra su propósito.

Y si no se rompe cuando el Tribunal Electoral acepta el fallo sin chistar. Y si no se rompe cuando hay evidencias de fraude electoral en una elección “al filo de la navaja”, donde de ajuste va sólo la mitad de los electores. Y si tampoco se rompe cuando el TLC se manda a la Asamblea Legislativa con la advertencia de que sólo puede decirle sí o no. Y si no se rompe cuando se le pide a la Comisión que lo dictamina que lo saque rapidito violentando el procedimiento parlamentario, lo que avala la Sala IV.

Y si tampoco se rompe cuando dos prominentes diputadas de esa Comisión, escogidas por su compromiso con el TLC, tienen evidentísimos conflictos de interés por sus frecuencias de radio y sus patentes, que no quieren ver. Y si no se rompe cuando se nos niega un referéndum sobre el asunto, pero el presidente corre a cambiarnos el que se nos concedió cuando el Tribunal Electoral no pudo seguirlo negando. Y si tampoco se rompe cuando el presidente no manda el TLC a referéndum como es la orden, sino el dictamen de mayoría de su propio partido.

Y si no se quiebra cuando el presidente sigue adelante con la aprobación de las leyes complementarias del TLC que le permite su control mayoritario; según la manera como se imponen aquí los diputados. Y si tampoco se rompe cuando el gobierno participa abiertamente en la campaña por el TLC usando para eso nuestro dinero. Y si no se rompe cuando lo financian sin límite las transnacionales y sus millonarios socios locales.

Y si tampoco se rompe cuando se le permite a la American Chamber of Commerce y al embajador americano intervenir descaradamente en nuestros asuntos internos, regañándonos porque no les hemos aprobado el TLC. Y si no se rompe cuando el presidente de la Corte Suprema de Justicia y miembro prominente de la Sala IV se va a encerrar en la Asamblea Legislativa con la jefa de la Comisión que dictamina el TLC.

Y si tampoco se rompe cuando otra magistrada de esa Sala se ve en restaurantes con el presidente de la república. Y si no se rompe cuando la Sala IV, cuyos miembros son nombrados por influencia política, decide que el TLC no tiene ninguna incostitucionalidad, habiendo eminentísimos especialistas en derecho constitucional que le ven muchas.

¿Entonces por el amor de Dios, cuándo es que se rompe? ¿Quo usque tandem abutere patientia nostra? ¿O es que lo qué no se rompe es nuestra paciencia? Pero eso es lo que va a decidir el pueblo y en el único lugar que se le deja: en la calle.

Y no digan que la culpa del incendio la tiene el que advierte contra el apilamiento de materias inflamables. No digan que somos sediciosos quienes les advertimos que con este comportamiento arbitrario y prepotente están provocando la sedición que lamentan; la que no queremos; la que les estamos pidiendo evitar; la que no están en condiciones de enfrentar; la que los puede barrer; la que nos puede llevar por cauces indeseados. Todo lo cual se puede evitar con una simple renegociación.

Y si la posición americana es tan intransigente, entonces enfrentemos las consecuencias valientemente y sin exagerarlas para meter miedo, porque eso no es libre comercio. Pero nosotros no tenemos tan mala opinión de los americanos, que se caracterizan por su búsqueda del compromise (el arreglo consensuado).

No son los americanos (exceptuando la camarilla de Bush a quien los nuestros se lo han pedido) los intolerantes que no admiten la renegociación. Son nuestros propios neoliberales que ni siquiera se arriesgan a pedirla, porque ellos quieren una reforma estructural completa que les conserve sus privilegios eliminándoselos a los demás, y para eso están dispuestos a provocar la sedición de quienes se alegrarían con un buen pretexto para cambiar el orden: una solución torpe que no dará a ninguno lo que busca, pero que si cambiará el orden, en perjuicio de los que tienen mucho que perder.

De todas maneras, nosotros estamos comprometidos en contra de este TLC por las muchísimas razones ya discutidas hasta la saciedad, aunque desestimadas irresponsablemente. Y ahora no es el momento de echar marcha atrás o deslegitimar el movimiento a que la oligarquía neoliberal obligó a la sociedad civil.

Este no es el momento de resentir reales o supuestas ofensas al culto de la personalidad de ningún dirigente, ni de llamar al periódico de la oligarquía neoliberal para darle confort y aliento a nuestros enemigos comunes, expresando remilgos por una institucionalidad que ellos han desbaratado.

Es verdad que molesta el empeño de defender o adquirir protagonismo, pero eso es inevitable en estas circunstancias, y lo que importa siempre es el poder de convocatoria. Las diferencias se arreglan después de que se haya ganado la batalla, porque de otra manera la batalla se puede perder, o no tendremos campo en la victoria; como de hecho no lo tenemos ahora.

Vamos juntos para no debilitarnos, y después reclamamos el lugar; porque hay más chance de que nos oigan nuestros compañeros, donde la oligarquía nunca no nos oyó.


Fuente Tribuna Democrática

Nota: La negrita es nuestra




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